viernes, noviembre 30, 2007

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Primera parte imágenes

Fragmento del Bhagavad Gita, La Canción del Señor

Capítulo Dos



Resumen del contenido del Gita



Bg 2.1 Sañjaya dijo: Al ver a Arjuna lleno de compasión, con el ánimo decaído y los ojos colmados de lágrimas, Madhusudana, Krsna, se dirigió a él con las siguientes palabras.



Bg 2.2 La Suprema Personalidad de Dios dijo: Mi querido Arjuna, ¿cómo te han aparecido estas impurezas? No son propias en absoluto de un hombre que conoce el valor de la vida, y no conducen a los planetas superiores, sino a la infamia.



Bg 2.3 ¡Oh, hijo de Prtha!, no cedas a esta impotencia degradante. No es digna de ti. Abandona esa mezquina flaqueza del corazón y levántate, ¡oh, castigador del enemigo!



Bg 2.4 Arjuna dijo: ¡Oh, destructor de los enemigos!, ¡oh, destructor de Madhu!, ¿cómo voy a contraatacar con flechas en una batalla a hombres tales como Bhisma y Drona, que son dignos de mi veneración?



Bg 2.5 Sería mejor vivir en este mundo mendigando, que vivir a costa de la vida de grandes almas que son mis maestros. Aunque ellos busquen un provecho mundano, son mis superiores. Si ellos son matados, todo de lo que disfrutemos estará manchado de sangre.



Bg 2.6 Ni sabemos qué es mejor para nosotros: si conquistarlos o ser conquistados por ellos. Si matáramos a los hijos de Dhrtarastra no nos importaría seguir viviendo, pero ahora ellos están ante nosotros en este campo de batalla.



Bg 2.7 Ahora estoy confundido en cuanto a mi deber, y he perdido toda compostura a causa de una mezquina flaqueza. En esta condición, Te pido que me digas claramente qué es lo mejor para mí. Ahora soy Tu discípulo y un alma entregada a Ti. Por favor, instrúyeme.



Bg 2.8 No encuentro ninguna forma de apartar este pesar que me está secando los sentidos. No podré disiparlo ni siquiera si obtengo en la Tierra un reino próspero y sin igual, con una soberanía tal como la de los semidioses en el cielo.



Bg 2.9 Sañjaya dijo: Habiendo hablado así, Arjuna, el castigador de los enemigos, le dijo a Krsna "Govinda, no pelearé", y enmudeció.



Bg 2.10 ¡Oh, descendiente de Bharata!, en ese momento, Krsna, sonriendo en medio de ambos ejércitos, se dirigió al acongojado Arjuna con las siguientes palabras.



Bg 2.11 La Suprema Personalidad de Dios dijo: Mientras hablas con palabras cultas, te lamentas por lo que no es digno de lamentarse. Aquellos que son sabios no se lamentan ni por los vivos ni por los muertos.



Bg 2.12 Nunca hubo un tiempo en el que Yo no existiera, ni tú, ni todos estos reyes; y en el futuro, ninguno de nosotros dejará de existir.



Bg 2.13 Así como en este cuerpo el alma encarnada pasa continuamente de la niñez a la juventud y luego a la vejez, de la misma manera el alma pasa a otro cuerpo en el momento de la muerte. A la persona sensata no la confunde ese cambio.



Bg 2.14 ¡Oh, hijo de Kunti!, la aparición temporal de la felicidad y la aflicción, y su desaparición a su debido tiempo, es como la aparición y desaparición de las estaciones del invierno y el verano. Todo ello tiene su origen en la percepción de los sentidos, ¡oh, vástago de Bharata!, y uno debe aprender a tolerarlo sin perturbarse.



Bg 2.15 ¡Oh, tú, el mejor entre los hombres [Arjuna]!, la persona que no se perturba ante la felicidad y la aflicción, y que permanece estable en medio de ambas, es sin duda merecedora de la liberación.



Bg 2.16 Los videntes de la verdad han concluido que, de lo no existente [el cuerpo material] no hay permanencia, y de lo eterno [el alma] no hay cambio. Esto lo han concluido del estudio de la naturaleza de ambos.



Bg 2.17 Sabed que aquello que se difunde por todo el cuerpo es indestructible. Nadie puede destruir a esa alma imperecedera.



Bg 2.18 El cuerpo material de la entidad viviente eterna, indestructible e inconmensurable, tiene un final con toda certeza; por lo tanto, pelea, ¡oh descendiente de Bharata!



Bg 2.19 Tanto el que cree que la entidad viviente es la que mata como el que cree que ésta es matada, carecen de conocimiento, pues el ser ni mata ni es matado.



Bg 2.20 Para el alma no existe el nacimiento ni la muerte en ningún momento. Ella no ha llegado a ser, no llega a ser y no llegará a ser. El alma es innaciente, eterna, permanente y primordial. No se la mata cuando se mata el cuerpo.



Bg 2.21 ¡Oh, Partha!, una persona que sabe que el alma es indestructible, eterna, innaciente e inmutable, ¿cómo puede matar a alguien o hacer que alguien mate?



Bg 2.22 Así como una persona se pone ropa nueva y desecha la vieja, así mismo el alma acepta nuevos cuerpos materiales, desechando los viejos e inservibles.



Bg 2.23 Al alma nunca puede cortarla en pedazos ningún arma, ni puede el fuego quemarla, ni el agua humedecerla, ni el viento marchitarla.



Bg 2.24 Esta alma individual es irrompible e insoluble, y no se la puede quemar ni secar. El alma está en todas partes, y es sempiterna, inmutable, inmóvil y eternamente la misma.



Bg 2.25 Se dice que el alma es invisible, inconcebible e inmutable. Sabiendo esto, no debes afligirte por el cuerpo.



Bg 2.26 Sin embargo, si crees que el alma [o el conjunto de las señales de vida] nace siempre y muere para siempre, aun así no tienes por qué lamentarte, ¡oh, tú, el de los poderosos brazos!



Bg 2.27 Aquel que ha nacido, es seguro que va a morir, y, después de morir, es seguro que uno volverá a nacer. Por consiguiente, en el ineludible desempeño de tu deber, no debes lamentarte.



Bg 2.28 Todos los seres creados son no manifiestos en el comienzo, manifiestos en el ínterin, y de nuevo no manifiestos cuando son aniquilados. Entonces, ¿qué necesidad hay de lamentarse?



Bg 2.29 Algunos consideran que el alma es asombrosa, otros la describen como asombrosa, y otros más oyen hablar de ella como algo asombroso, mientras que hay otros que, incluso después de oír hablar de ella, no logran comprenderla en absoluto.



Bg 2.30 ¡Oh, descendiente de Bharata!, aquel que mora en el cuerpo nunca puede ser matado. Por lo tanto, no tienes que afligirte por ningún ser viviente.



Bg 2.31 Considerando tu deber específico como ksatriya, debes saber que no hay mejor ocupación para ti que la de pelear en base a los principios religiosos; así que, no tienes por qué titubear.



Bg 2.32 ¡Oh Partha!, dichosos los ksatriyas a quienes se les presentan semejantes oportunidades de pelea sin buscarlas, abriéndoles las puertas de los planetas celestiales.



Bg 2.33 Sin embargo, si no cumples con tu deber religioso de pelear, entonces ciertamente que incurrirás en pecado por desatender tus deberes, y, en consecuencia, perderás tu buena reputación como guerrero.



Bg 2.34 La gente siempre hablará de tu infamia, y para una persona respetable la deshonra es peor que la muerte.



Bg 2.35 Los grandes generales que han tenido tu nombre y fama en alta estima, pensarán que abandonaste el campo de batalla sólo por temor, y, así pues, te considerarán insignificante.



Bg 2.36 Tus enemigos se referirán a ti con muchas palabras ásperas y desdeñarán tu habilidad. ¿Qué podría ser más doloroso para ti?



Bg 2.37 ¡Oh, hijo de Kunti!, o bien eres matado en el campo de batalla y vas a los planetas celestiales, o bien triunfas y disfrutas del reino terrenal. Levántate, pues, con determinación, y pelea.



Bg 2.38 Pelea por pelear, sin tomar en cuenta la felicidad ni la aflicción, la pérdida ni la ganancia, la victoria ni la derrota, y, por actuar así, nunca incurrirás en pecado.



Bg 2.39 Hasta aquí te he descrito este conocimiento a través del estudio analítico. Ahora escucha la explicación que voy a dar de ello en términos del trabajo que se realiza sin resultados fruitivos. ¡Oh, hijo de Prtha!, cuando actúes con esa clase de conocimiento, podrás liberarte del cautiverio de las obras.



Bg 2.40 En este esfuerzo no hay pérdida ni disminución alguna, y un pequeño adelanto en esta senda puede protegerlo a uno del peligro más temible de todos.



Bg 2.41 Aquellos que están en este sendero son muy resueltos, y su objetivo es uno. ¡Oh, amado hijo de los Kurus!, la inteligencia de los irresolutos tiene innumerables ramificaciones.



Bg 2.42-43 Hombres de escaso conocimiento se apegan mucho a las floridas palabras de los Vedas, que recomiendan diversas actividades fruitivas en aras de la elevación a los planetas celestiales, la consiguiente buena cuna, poder, etc. Como ellos están deseosos de disfrutar de los sentidos y de tener una vida opulenta, dicen que eso es todo lo que hay.



Bg 2.44 En la mente de aquellos que están demasiado apegados al goce de los sentidos y a la opulencia material, y que están confundidos por esas cosas, no se presenta la determinación resuelta de prestarle servicio devocional al Señor Supremo.



Bg 2.45 Los Vedas tratan principalmente de las tres modalidades de la naturaleza material. ¡Oh, Arjuna!, vuélvete trascendental a todas ellas. Libérate de todas las dualidades y de todas las ansiedades que proceden del anhelo de ganancia y seguridad, y establécete en el Ser.



Bg 2.46 Todos los propósitos que cumple un pequeño pozo, puede cumplirlos de inmediato un gran depósito de agua. De igual modo, todos los propósitos de los Vedas pueden ser cumplidos por aquel que conoce el propósito que hay detrás de ellos.



Bg 2.47 Tú tienes derecho a desempeñar tu deber prescrito, mas no a los frutos de la acción. Nunca consideres que eres la causa de los resultados de tus actividades, y jamás te apegues a no cumplir con tu deber.



Bg 2.48 Desempeña tu deber de un modo equilibrado, ¡oh, Arjuna!, abandonando todo apego al éxito o al fracaso. Esa clase de ecuanimidad se denomina yoga.



Bg 2.49 Desempeña tu deber de un modo equilibrado, ¡oh, Arjuna!, abandonando todo apego al éxito o al fracaso. Esa clase de ecuanimidad se denomina yoga.



Bg 2.50 Incluso en esta vida, el hombre que está dedicado al servicio devocional se libra tanto de las acciones buenas como de las malas. Por consiguiente, esfuérzate por el yoga, que es el arte de todo trabajo.



Bg 2.51 Por dedicarse de ese modo a prestarle servicio devocional al Señor, grandes sabios o devotos se liberan de los resultados del trabajo en el mundo material. De esa manera, quedan libres del ciclo del nacimiento y la muerte, y alcanzan el estado que se encuentra más allá de todos los sufrimientos [al ir de vuelta a Dios].



Bg 2.52 Cuando tu inteligencia haya salido del espeso bosque de la ilusión, te volverás indiferente a todo lo que se ha oído y a todo lo que habrá de oírse.



Bg 2.53 Cuando tu mente ya no se perturbe con el florido lenguaje de los Vedas, y cuando permanezca fija en el trance de la autorrealización, habrás llegado entonces a la conciencia divina.



Bg 2.54 Arjuna dijo: ¡Oh, Krsna!, ¿cuáles son las señas de aquel cuya conciencia está absorta así en la trascendencia? ¿Cómo habla y qué lenguaje usa? ¿Cómo se sienta y cómo camina?



Bg 2.55 La Suprema Personalidad de Dios dijo: ¡Oh, Partha!, se dice que un hombre se halla en estado de conciencia trascendental pura, cuando abandona todas las variedades de deseos de complacer los sentidos, deseos que surgen de la invención mental, y cuando su mente, purificada de ese modo, encuentra satisfacción únicamente en el ser.



Bg 2.56 Aquel cuya mente no se perturba ni siquiera en medio de las tres clases de sufrimientos, ni se alboroza en los momentos de felicidad, y que está libre de apego, temor e ira, se dice que es un sabio de mente estable.



Bg 2.57 En el mundo material, aquel a quien no lo afecta ningún bien o mal que pueda obtener, y que ni lo alaba ni lo desprecia, tiene firmemente en su posesión el conocimiento perfecto.



Bg 2.58 Aquel que es capaz de apartar los sentidos de los objetos de los sentidos, tal como la tortuga guarda las extremidades dentro del caparazón, tiene firmemente en su posesión el conocimiento perfecto.



Bg 2.59 Al alma encarnada se la puede alejar del disfrute de los sentidos, aunque el gusto por los objetos de los sentidos aún quede en ella. Pero, al experimentar un gusto superior y dejar por ello semejantes ocupaciones, su conciencia queda fija.



Bg 2.60 ¡Oh, Arjuna!, los sentidos son tan fuertes e impetuosos, que incluso arrastran a la fuerza la mente del hombre de buen juicio que se esfuerza por controlarlos.¡Oh, Arjuna!, los sentidos son tan fuertes e impetuosos, que incluso arrastran a la fuerza la mente del hombre de buen juicio que se esfuerza por controlarlos.



Bg 2.61 Aquel que restringe los sentidos, manteniéndolos totalmente bajo control, y fija su conciencia en Mí, es conocido como un hombre de inteligencia estable.



Bg 2.62 Al contemplar los objetos de los sentidos, en la persona se desarrolla el apego a ellos, de ese apego nace la lujuria, y de la lujuria surge la ira.



Bg 2.63 De la ira surge la ilusión completa, y de la ilusión, la confusión de la memoria. Cuando la memoria se confunde, se pierde la inteligencia, y al perder la inteligencia, uno cae de nuevo al charco material.



Bg 2.64 Pero una persona que está libre de todo apego y aversión, y que es capaz de controlar los sentidos por medio de principios que regulan la libertad, puede conseguir toda la misericordia del Señor.



Bg 2.65 Para aquel que se encuentra satisfecho de ese modo [en el estado de conciencia de Krsna], dejan de existir las tres clases de sufrimientos de la existencia material; con la conciencia así de satisfecha, la inteligencia de uno pronto queda bien establecida.



Bg 2.66 Aquel que no está relacionado con el Supremo [mediante el estado de conciencia de Krsna], no puede tener ni inteligencia trascendental ni una mente estable, sin lo cual no hay posibilidad de encontrar la paz. Y ¿cómo puede haber felicidad alguna sin paz?



Bg 2.67 Así como un fuerte viento arrastra un bote que se encuentre en el agua, así mismo uno sólo de los errantes sentidos en el que se concentre la mente, puede arrastrar la inteligencia del hombre.



Bg 2.68 Por lo tanto, ¡oh, tú, el de los poderosos brazos!, todo aquel cuyos sentidos están apartados de sus objetos, tiene sin duda una inteligencia firmemente establecida.



Bg 2.69 Lo que es la noche para todos los seres, es el período en que el autocontrolado se despierta; y el período en que todos los seres se despiertan, es la noche para el sabio introspectivo.



Bg 2.70 La persona que no se perturba por el incesante fluir de los deseos —que entran en ella como los ríos en el océano, el cual, aunque siempre se está llenando, permanece calmado—, es la única que puede encontrar la paz, y no el hombre que se esfuerza por satisfacer dichos deseos.



Bg 2.71 Sólo puede encontrar la verdadera paz la persona que ha renunciado a todos los deseos de complacer los sentidos, que vive libre de deseos, que ha renunciado a todo sentido de posesión y que está desprovista de ego falso.



Bg 2.72 Ése es el camino de la vida espiritual y divina. Después de llegar a ella, el hombre no se confunde. Si incluso a la hora de la muerte uno se encuentra en ese estado, puede entrar en el Reino de Dios.

sábado, noviembre 03, 2007

Fragmentos textos bíblicos 1era parte (PSEC Nocturno)

Libro de Génesis

22 Aconteció después de estas cosas que Dios probó a Abraham, diciéndole:

-Abraham.

El respondió:

-Heme aquí.

2 Y le dijo:

-Toma a tu hijo, a tu único, a Isaac a quien amas. Vé a la tierra de Moriah y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré.

3 Abraham se levantó muy de mañana. Enalbardó su asno, tomó consigo a dos de sus siervos jóvenes y a Isaac su hijo. Partió leña para el holocausto, y levantándose, fue al lugar que Dios le dijo. 4 Al tercer día Abraham alzó sus ojos y divisó el lugar de lejos. 5 Entonces Abraham dijo a sus siervos:

-Esperad aquí con el asno. Yo y el muchacho iremos hasta allá, adoraremos y volveremos a vosotros.

6 Abraham tomó la leña del holocausto y la puso sobre Isaac su hijo. El tomó en la mano el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos.

7 Entonces Isaac dijo a Abraham su padre:

-Padre mío . . .

Y él respondió:

-Heme aquí, hijo mío.

Le dijo:

-He aquí el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?

8 Abraham respondió:

-Dios mismo proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío.

E iban los dos juntos. 9 Cuando llegaron al lugar que Dios le había dicho, Abraham edificó allí un altar. Arregló la leña, ató a Isaac su hijo y lo puso sobre el altar encima de la leña. 10 Abraham extendió su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. 11 Entonces el ángel de Jehovah llamó desde el cielo diciendo:

-¡Abraham! ¡Abraham!

El respondió:

-Heme aquí.

12 Y le dijo:

-No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada, porque ahora conozco que temes a Dios, ya que no me has rehusado tu hijo, tu único.

13 Entonces Abraham alzó la vista y miró, y he aquí que detrás de sí estaba un carnero trabado por sus cuernos en un matorral. Abraham fue, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. 14 Abraham llamó el nombre de aquel lugar Jehovah-yireh. Por eso se dice hasta hoy: "En el monte de Jehovah será provisto."

15 El ángel de Jehovah llamó por segunda vez a Abraham desde el cielo, 16 y le dijo:

-He jurado por mí mismo, dice Jehovah, que porque has hecho esto y no me has rehusado tu hijo, tu único, 17 de cierto te bendeciré y en gran manera multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está en la orilla del mar. Tu descendencia poseerá las ciudades de sus enemigos. 18 En tu descendencia serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste mi voz.

19 Abraham regresó a sus siervos, y levantándose se fueron juntos a Beerseba. Y Abraham habitó en Beerseba.

viernes, noviembre 02, 2007

El Cantar de los Cantares

Capítulo 1

La esposa y las hijas de Jerusalén

1:1 Cantar de los cantares, el cual es de Salomón.
1:2 ¡Oh, si él me besara con besos de su boca!

Porque mejores son tus amores que el vino.
1:3 A más del olor de tus suaves ungüentos,

Tu nombre es como ungüento derramado;
Por eso las doncellas te aman.
1:4 Atráeme; en pos de ti correremos.
El rey me ha metido en sus cámaras;
Nos gozaremos y alegraremos en ti;
Nos acordaremos de tus amores más que del vino;
Con razón te aman.
1:5 Morena soy, oh hijas de Jerusalén, pero codiciable
Como las tiendas de Cedar,
Como las cortinas de Salomón.
1:6 No reparéis en que soy morena,
Porque el sol me miró.
Los hijos de mi madre se airaron contra mí;
Me pusieron a guardar las viñas;
Y mi viña, que era mía, no guardé.
1:7 Hazme saber, oh tú a quien ama mi alma,
Dónde apacientas, dónde sesteas al mediodía;
Pues ¿por qué había de estar yo como errante
Junto a los rebaños de tus compañeros?
1:8 Si tú no lo sabes, oh hermosa entre las mujeres,
Ve, sigue las huellas del rebaño,
Y apacienta tus cabritas junto a las cabañas de los pastores.

La esposa y el esposo

1:9 A yegua de los carros de Faraón
Te he comparado, amiga mía.
1:10 Hermosas son tus mejillas entre los pendientes,
Tu cuello entre los collares.
1:11 Zarcillos de oro te haremos,
Tachonados de plata.
1:12 Mientras el rey estaba en su reclinatorio,
Mi nardo dio su olor.
1:13 Mi amado es para mí un manojito de mirra,
Que reposa entre mis pechos.
1:14 Racimo de flores de alheña en las viñas de En-gadi
Es para mí mi amado.
1:15 He aquí que tú eres hermosa, amiga mía;
He aquí eres bella; tus ojos son como palomas.
1:16 He aquí que tú eres hermoso, amado mío, y dulce;
Nuestro lecho es de flores.
1:17 Las vigas de nuestra casa son de cedro,
Y de ciprés los artesonados.





Capítulo 2

2:1 Yo soy la rosa de Sarón,
Y el lirio de los valles.
2:2 Como el lirio entre los espinos,
Así es mi amiga entre las doncellas.
2:3 Como el manzano entre los árboles silvestres,
Así es mi amado entre los jóvenes;
Bajo la sombra del deseado me senté,
Y su fruto fue dulce a mi paladar.
2:4 Me llevó a la casa del banquete,
Y su bandera sobre mí fue amor.
2:5 Sustentadme con pasas, confortadme con manzanas;
Porque estoy enferma de amor.
2:6 Su izquierda esté debajo de mi cabeza,
Y su derecha me abrace.
2:7 Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén,
Por los corzos y por las ciervas del campo,
Que no despertéis ni hagáis velar al amor,
Hasta que quiera.
2:8 ¡La voz de mi amado! He aquí él viene
Saltando sobre los montes,
Brincando sobre los collados.
2:9 Mi amado es semejante al corzo,
O al cervatillo.
Helo aquí, está tras nuestra pared,
Mirando por las ventanas,
Atisbando por las celosías.
2:10 Mi amado habló, y me dijo:
Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven.
2:11 Porque he aquí ha pasado el invierno,
Se ha mudado, la lluvia se fue;
2:12 Se han mostrado las flores en la tierra,
El tiempo de la canción ha venido,
Y en nuestro país se ha oído la voz de la tórtola.
2:13 La higuera ha echado sus higos,
Y las vides en cierne dieron olor;
Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven.
2:14 Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña, en lo escondido de escarpados parajes,
Muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz;
Porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto.
2:15 Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas;
Porque nuestras viñas están en cierne.
2:16 Mi amado es mío, y yo suya;
El apacienta entre lirios.
2:17 Hasta que apunte el día, y huyan las sombras,
Vuélvete, amado mío; sé semejante al corzo, o como el cervatillo
Sobre los montes de Beter.



Capítulo 3

El ensueño de la esposa

3:1 Por las noches busqué en mi lecho al que ama mi alma;
Lo busqué, y no lo hallé.
3:2 Y dije: Me levantaré ahora, y rodearé por la ciudad;
Por las calles y por las plazas
Buscaré al que ama mi alma;
Lo busqué, y no lo hallé.
3:3 Me hallaron los guardas que rondan la ciudad,
Y les dije: ¿Habéis visto al que ama mi alma?
3:4 Apenas hube pasado de ellos un poco,
Hallé luego al que ama mi alma;
Lo así, y no lo dejé,
Hasta que lo metí en casa de mi madre,
Y en la cámara de la que me dio a luz.
3:5 Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén,
Por los corzos y por las ciervas del campo,
Que no despertéis ni hagáis velar al amor,
Hasta que quiera.

El cortejo de bodas

3:6 ¿Quién es ésta que sube del desierto como columna de humo,
Sahumada de mirra y de incienso
Y de todo polvo aromático?
3:7 He aquí es la litera de Salomón;
Sesenta valientes la rodean,
De los fuertes de Israel.
3:8 Todos ellos tienen espadas, diestros en la guerra;
Cada uno su espada sobre su muslo,
Por los temores de la noche.
3:9 El rey Salomón se hizo una carroza
De madera del Líbano.
3:10 Hizo sus columnas de plata,
Su respaldo de oro,
Su asiento de grana,
Su interior recamado de amor
Por las doncellas de Jerusalén.
3:11 Salid, oh doncellas de Sion, y ved al rey Salomón
Con la corona con que le coronó su madre en el día de su desposorio,
Y el día del gozo de su corazón.

sábado, octubre 20, 2007

Canto XIX de La Odisea

1 Quedóse en el palacio el divinal Odiseo y, junto con Atenea, pensaba en la matanza de los pretendientes cuando de súbito dijo a Telémaco estas aladas palabras:

4 —¡Telémaco! Es preciso llevar adentro todas las marciales armas y engañar a los pretendientes con blandos dichos cuando las echen de menos y te pregunten por ellas:

7 "Las he llevado lejos del humo, porque ya no parecen las que dejó Odiseo al partir para Troya; sino que están afeadas en la parte que alcanzó el ardor del fuego. Además, alguna deidad me sugirió en la mente esta otra razón más poderosa: no sea que, embriagándoos, trabéis una disputa, os hiráis los unos a los otros, y mancilléis el convite y el noviazgo; que ya el hierro por sí solo atrae al hombre."

14 Así se expresó. Telémaco obedeció a su padre y, llamando a su nodriza Euriclea, hablóle de esta suerte:

16 —¡Ama! Ea, tenme encerradas las mujeres en sus habitaciones, mientras llevo a otro cuarto las magníficas armas de mi padre, pues en su ausencia nadie las cuida y el humo las enmohece. Hasta aquí he sido niño. Mas ahora quiero depositarlas donde no las alcance el ardor del fuego.

21 Respondióle su nodriza Euriclea:

22 —¡Oh, hijo! Ojalá hayas adquirido la necesaria prudencia para cuidarte de la casa y conservar tus heredades. Pero ¿quién será la que vaya contigo llevándote la luz, si no dejas venir las esclavas, que te habrían alumbrado?

26 Contestóle el prudente Telémaco:

27 —Ese huésped: pues no toleraré que permanezca ocioso quien coma de lo mío, aunque haya llegado de lejas tierras.

29 Así dijo y ninguna palabra voló de los labios de Euriclea, que cerró las puertas de las cómodas habitaciones.

31 Odiseo y su ilustre hijo se apresuraron a llevar adentro los cascos, los abollonados escudos y las agudas lanzas; y precedíale Palas Atenea con lámpara de oro que daba luz hermosísima.

35 Y Telémaco dijo de repente a su padre:

36 —¡Oh, padre! Grande es el prodigio que contemplo con mis propios ojos: las paredes del palacio, los bonitos intercolumnios, las vigas de abeto y los pilares encumbrados aparecen a mi vista como si fueran ardiente fuego. Sin duda debe de estar aquí alguno de los dioses que poseen el anchuroso cielo.

41 Respondióle el ingenioso Odiseo:

42 —Calla, refrena tu pensamiento y no me interrogues pero de este modo suelen proceder, en efecto, los dioses que habitan el Olimpo. Ahora acuéstate, y yo me quedaré para provocar todavía a las esclavas y departir con tu madre la cual, lamentándose, me preguntará muchas cosas.

47 Así habló; y Telémaco se fue por el palacio, a la luz de las resplandecientes antorchas, y se recogió en el aposento donde solía dormir cuando el dulce sueño le vencía: allí se acostó para aguardar la divinal Eos.

51 Mas el divino Odiseo se quedó en la sala, y junto con Atenea pensaba en la matanza de los pretendientes.

53 Salió de su cuarto la discreta Penelopea, que parecía Artemis o la dorada Afrodita, y colocáronle junto al hogar el torneado sillón, con adornos de marfil y plata, en que se sentaba; el cual había sido fabricado antiguamente por el artífice Icmalio, que le puso un escabel para los pies, adherido al mismo y cubierto con una grande piel. Allí se sentó la discreta Penelopea. Llegaron de dentro de la casa las doncellas de níveos brazos, retiraron el abundante pan, las mesas, y las copas en que bebían los soberbios pretendientes, y, echando por tierra las brasas de los tederos, amontonaron en ellos gran cantidad de leña para que hubiese luz y calor.

65 Y Melanto reprendió a Odiseo por segunda vez.

66 —¡Forastero! ¿Nos importunarás todavía, andando por la casa durante la noche y espiando a las mujeres? Vete afuera, oh mísero, y conténtate con lo que comiste, o muy pronto te echarán a tizonazos.

70 Mirándola con torva faz, exclamó el ingenioso Odiseo:

71 —¡Desdichada! ¿Por qué me acometes de esta manera, con ánimo irritado? ¿Quizás porque voy sucio, cubro mi cuerpo con miserables vestiduras y pido limosna por la población? La necesidad me fuerza a ello, y así son los mendigos y los vagabundos. Pues en otra época también yo fui dichoso entre los hombres, habité una rica morada y en multitud de ocasiones di limosna al vagabundo, cualquiera que fuese y hallárase en la necesidad en que se hallase; entonces poseía innumerables siervos y otras muchas cosas con las cuales los hombres viven en regalo y gozan fama de opulentos. Mas Zeus Cronión me arruinó, porque así lo quiso.

81 No sea que también tu, oh mujer, vayas a perder toda la hermosura de que haces gala entre las esclavas; que tu señora, irritándose, se embravezca contigo; o que Odiseo llegue, pues aún hay esperanzas de que torne. Y si, por haber muerto, no volviese, ya su hijo Telémaco es tal, por la voluntad de Apolo, que ninguna de las mujeres del palacio le pasará inadvertida si fuere mala; pues ya tiene edad para entenderlo.

89 Así habló. Oyóle la discreta Penelopea y reprendió a la esclava diciéndole estas palabras:

91 —¡Atrevida! ¡Perra desvergonzada! No se me oculta en lo más mínimo la mala acción que está cometiendo y que pagarás con tu cabeza. Muy bien te constaba, por haberlo oído de mi boca, que he de preguntar al forastero en esta sala acerca de mi esposo; pues me hallo sumamente afligida.

96 Dijo; y acto continuo dirigió estas palabras a Eurínome, la despensera:

97 —¡Eurínome! Trae una silla y cúbrela con una pelleja, a fin de que se acomode el forastero, y hable y me escuche, que deseo interrogarle.

100 Así habló. Con gran diligencia trajo Eurínome una pulimentada silla, la cubrió con una pelleja, y en ella tomó asiento el paciente divinal Odiseo. Entonces rompió el silencio la discreta Penelopea, hablando de esta suerte:

104 —¡Forastero! Ante todas cosas quiero hacerte yo misma estas preguntas: ¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Dónde se hallan tu ciudad y tus padres?

106 Respondióle el ingenioso Odiseo:

107 —¡Oh, mujer! Ninguno de los mortales de la vasta tierra podría censurarte, pues tu gloria llega hasta el anchuroso cielo como la de un rey eximio y temeroso de los dioses, que impera sobre muchos y esforzados hombres, hace que triunfe la justicia, y al amparo de su buen gobierno la negra tierra produce trigo y cebada, los árboles se cargan de fruta, las ovejas paren hijuelos robustos, el mar da peces, y son dichosos los pueblos que le están sometidos. Mas ahora que nos hallamos en tu casa, hazme otras preguntas, y no te empeñes en averiguar mi linaje, ni mi patria: no sea que con la memoria acrecientes los pesares de mi corazón, pues he sido muy desgraciado. Y tampoco conviene que en casa ajena esté llorando y lamentándome porque es muy malo afligirse siempre y sin descanso: no fuera que alguna de las esclavas se enojara conmigo, o tú misma, y dijerais que derramo lágrimas porque el vino me perturbó el entendimiento.

123 Contestóle en seguida la discreta Penelopea:

124 —¡Forastero! Mil gracias -la belleza y la gala de mi cuerpo- destruyéronlas los inmortales cuando los argivos partieron para Ilión y se fue con ellos mi esposo Odiseo. Si éste, volviendo, cuidara de mi vida, mayor y más hermosa fuera mi gloria, pues estoy angustiada por tantos males como me envió algún dios. Cuantos próceres mandan en las islas, en Duliquio, en Same y la selvosa Zacinto, y cuantos viven en la propia Itaca, que se ve de lejos, me pretenden contra mi voluntad y arruinan la casa.

134 Por esto no me curo de los huéspedes, ni de los suplicantes, ni de los heraldos, que son ministros públicos; sino que, padeciendo soledad de Odiseo, se me consume el ánimo. Ellos me dan prisa a que me case, y yo tramo engaños. Primeramente sugirióme un dios que me pusiese a tejer en el palacio una gran tela sutil e interminable, y entonces les hablé de este modo:

141 "Jóvenes pretendientes míos! Ya que ha muerto el divino Odiseo, aguardad, para instar mis bodas, que acabe este lienzo -no sea que se me pierdan inútilmente los hilos- a fin de que tenga sudario el héroe Laertes cuando le sorprenda la Moira fatal de la aterradora muerte. ¡No se me vaya a indignar algún de las aqueas del pueblo si ve enterrar sin mortaja a un hombre que ha poseído tantos bienes!"

148 Así les dije y su ánimo generoso se dejó persuadir. Desde aquel instante pasábame el día labrando la gran tela, y por la noche, tan luego como me alumbraba con las antorchas, deshacía lo tejido.

151 De esta suerte logré ocultar el engaño y que mis palabras fueran creídas por los aqueos durante un trienio; mas así que vino el cuarto año y volvieron a sucederse las estaciones, después de transcurrir los meses y de pasar muchos días, entonces por las perras de mis esclavas, que de nada se cuidan, vinieron a sorprenderme y me reprendieron con sus palabras. Así fue como, mal de mi grado, me vi en la necesidad de acabar la tela. Ahora ni me es posible evitar las bodas, ni hallo ningún otro consejo que me valga. Mis padres desean apresurar el casamiento y mi hijo siente gran pena al notar cómo son devorados nuestros bienes, porque es hombre apto para regir la casa y Zeus le da gloria. Mas, con todo eso, dime tu linaje y de dónde eres, que no serán tus progenitores la encina o el peñasco de la vieja fábula.

164 RespondióIe el ingenioso Odiseo:

165 —¡Oh, veneranda esposa de Odiseo Laertíada! ¿No cesarás de interrogarme acerca de mi progenie? Pues bien, voy a decírtela, aunque con ello acrecientes los pesares que me agobian; pues así le ocurre al hombre que, como yo, anduvo mucho tiempo fuera de su patria, peregrinando por tantas ciudades y padeciendo fatigas. Mas con todo, te hablaré de aquello que me preguntas y acerca de lo cual me interrogas.

172 "En medio del vinoso ponto rodeada del mar, hay una tierra hermosa y fértil, Creta; y en ella muchos, innumerables hombre, y noventa ciudades. Allí se oyen mezcladas varias lenguas, pues viven en aquel país los aqueos, los magnánimos cretenses indígenas, los cidones, los dorios, que están divididos en tres tribus, y los divinos pelasgos. Entre las ciudades se halla Cnoso, gran población, en la cual reinó por espacio de nueve años Minos, que conversaba con el gran Zeus y fue padre de mi padre, del magnánimo Deucalión. Este engendróme a mí y al rey Idomeneo, que fue a Ilión en las corvas naves, juntamente con los Atridas; mi preclaro nombre es Etón y soy el más joven de los dos hermanos, pues aquel es el mayor y el más valiente.

185 En Cnoso conocí a Odiseo y aun le ofrecí los dones de la hospitalidad. El héroe enderezaba el viaje para Troya cuando la fuerza del viento lo apartó de Malea y lo llevó a Creta: y entonces ancoró sus barcos en un puerto peligroso en la desembocadura del Amniso, donde está la gruta de Ilitia, y a duras penas pudo escapar de la tormenta. Entróse en seguida por la ciudad y preguntó por Idomeneo que era, según afirmaba, su huésped querido y venerado; mas ya la aurora había aparecido diez u once veces desde que había zarpado para Ilión con sus corvas naves. Al punto lo conduje al palacio, le procuré digna hospitalidad, tratándole solícita y amistosamente -que en nuestra casa reinaba la abundancia- e hice que a él y a los compañeros que llevaba se les diera harina y negro vino en común por el pueblo, y también bueyes para que los sacrificaran y satisfacieran de este modo su apetito. Los divinos aqueos permanecieron con nosotros doce días, por soplar el Bóreas tan fuertemente que casi no se podía estar ni aun en la tierra. Debió de excitarlo alguna deidad malévola. Mas en el día treceno echóse el viento y se dieron a la vela."

203 De tal suerte forjaba su relato, refiriendo muchas cosas falsas que parecían verdaderas; y a Penelopea, al oírlo, le brotaban las lágrimas de los ojos y se le deshacía el cuerpo. Así como en las altas montañas se derrite la nieve al soplo del Euro después que el Céfiro la derribó, y la corriente de los ríos crece con la que se funde.

208 Así se derretían con el llanto las hermosas mejillas de Penelopea, que lloraba por su marido teniéndolo junto a sí. Odiseo, aunque interiormente compadecía a su mujer, que sollozaba, tuvo los ojos tan firmes dentro de los párpados cual si fueran de cuerno o de hierro, y logró con astucia que no se le rezumasen las lágrimas.

213 Y Penelopea, después que se hubo hartado de llorar y de gemir, tornó a hablarle con estas palabras:

215 —Ahora, oh huésped, pienso someterte a una prueba para saber si es verdad, como lo afirmas, que en tu palacio hospedaste a mi esposo con sus compañeros, iguales a los dioses. Dime que vestiduras llevaba su cuerpo y cómo eran el propio Odiseo y los compañeros que le seguían.

220 Respondióle el ingenioso Odiseo:

221 —¡Oh, mujer! Es difícil referirlo después de tanto tiempo, porque hace ya veinte años que se fue de allá y dejó mi patria; esto no obstante, te diré cómo se lo representa mi corazón. Llevaba el divinal Odiseo un manto lanoso, doble, purpúreo, con áureo broche de dos agujeros: en la parte anterior del manto estaba bordado un perro que tenía entre sus patas delanteras un manchado cervatillo, mirándole forcejear, y a todos pasmaba que, siendo entrambos de oro, aquél mirara al cervatillo a quien ahogaba, y éste forcejara con los pies, deseando escapar. En torno del cuerpo de Odiseo vi una espléndida túnica que semejaba árida binza de cebolla, ¡tan suave era!, y relucía como un sol; y muchas mujeres la contemplaban admiradas. Pero tengo que decirte una cosa que fijarás en tu memoria: no sé si Odiseo ya llevaría estas vestiduras en su casa o se las dio alguno de sus compañeros, cuando iba en su velera nave, o quizás algún huésped; que Odiseo tenía muchos amigos, pues eran pocos los aqueos que pudieran comparársele.

241 También yo le regalé una broncínea espada, un hermoso manto doble de color de púrpura, y una túnica orlada; después de lo cual fui a despedirle con gran respeto hasta su nave de muchos barcos. Acompañába le un heraldo un poco más viejo que él, y voy a decirte cómo era: metido de hombros, de negra tez y rizado cabello, y su nombre Euríbates. Honrábale Odiseo mucho más que a otro alguno de sus compañeros, porque ambos solían pensar de igual manera.

249 Así le dijo, y acrecentóle el deseo del llanto, pues Penelopea reconoció las señas que Odiseo iba describiendo con tal certidumbre. Y cuando estuvo harta de llorar y de gemir, le respondió con estas palabras:

253 —¡Oh, forastero! Aunque ya antes de ahora te tuve compasión, en adelante has de ser querido y venerado en esta casa; pues yo misma le entregué esas vestiduras que dices, sacándolas bien plegadas de mi estancia, y les puse el lustroso broche, para que le sirviese de ornamento a aquél a quien ya no tornaré a recibir, de vuelta a su hogar y a su patria tierra; que con hado funesto partió en las cóncavas naves, para ver aquella Ilión perniciosa y nefanda.

261 Respondióle el ingenioso Odiseo:

262 —¡Oh veneranda mujer de Odiseo Laertíada! No mortifiques más el hermoso cuerpo, ni consumas el ánimo, llorando a tu marido; bien que por ello no he de reprenderte porque la mujer suele sollozar cuando perdió el varón con quien se casó virgen y de cuyo amor tuvo hijos, aunque no sea como Odiseo, que, según cuentan, se asemejaba a los dioses. Suspende el llanto y presta atención a mis palabras, pues voy a hablarte con sinceridad y no te callaré nada de cuanto sé sobre el regreso de Odiseo; el cual vive, está cerca -en el opulento país de los tesprotos- y trae muchas y excelentes preciosidades que ha logrado recoger por entre el pueblo. Perdió sus fieles compañeros y la cóncava nave en el vinoso ponto, al venir de la isla de Trinacia, porque contra el se airaron Zeus y Helios, a cuyas vacas habían dado muerte sus compañeros. Los demás perecieron en el alborotado ponto, y Odiseo, que montó en la quilla de su nave, fue arrojado por las olas a tierra firme, al país de los feacios, que son cercanos por su linaje a los dioses y ellos le honraron cordialmente como a un numen, le hicieron muchos regalos y deseaban conducirlo sano y salvo a su casa. Y ya estuviera Odiseo aquí mucho tiempo ha, si no le hubiese parecido más útil irse por la vasta tierra para juntar riquezas, pues sobresale por sus ardides entre los mortales hombres y con él nadie puede. Así me lo dijo Fidón, rey de los tesprotos, y juró en mi presencia haciendo libaciones en su casa, que ya habían echado la nave al mar y estaban a punto los compañeros para conducirlo a su patria tierra. Pero antes envióme a mí, porque se ofreció casualmente un barco de varones tesprotos que iba a Duliquio, la abundosa en trigo. Y me mostró todos los bienes que Odiseo había juntado, con los cuales pudiera mantenerse un hombre y sus descendientes hasta la décima generación: ¡tantos objetos preciosos tenía en el palacio de aquel rey!

296 Añadió que Odiseo estaba en Dodona para saber por la alta encina la voluntad de Zeus acerca de si convendría que volviese manifiesta o encubiertamente a su patria, de la cual tanto ha que se halla ausente.

300 Salvo está, pues, y vendrá pronto, que no permanecerá mucho tiempo alejado de sus amigos y de su patria tierra y sobre este punto voy a prestar un juramento: sean testigos Zeus, el más excelso y poderoso de los dioses y el hogar del intachable Odiseo a que he llegado, de que todo se cumplirá como lo digo: Odiseo vendrá aquí este año, al terminar el corriente mes y comenzar el próximo.

308 Respondióle la discreta Penelopea:

309 —¡Ojalá se cumpliese cuando dices, oh forastero! Que bien pronto conocerías mi amistad, pues te haría tantos regalos que te considerara dichoso quien contigo se encontrase. Pero mi ánimo presiente lo que ha de suceder: ni Odiseo volverá a esta casa, ni tú conseguirás que te lleven a la tuya, que no hay en el palacio quienes lo rijan, siendo cual era Odiseo entre los hombres -si todo no fue sueño- para acoger y conducir a los venerables huéspedes. Mas vosotras, criadas, lavad al huésped y aparejadle un lecho, con su cama, mantas y colchas espléndidas; para que, calentándose bien, aguarde la aparición de Eos, de áureo trono. Mañana, muy temprano, bañadle y ungidle; y coma aquí dentro, sentado en esta sala, al lado de Telémaco. Mas para aquél que con el ánimo furioso le molestare, pues será la última acción que aquí ejecute por muy irritado que se ponga. ¿Cómo sabrías, oh forastero, si aventajo a las demás mujeres en inteligencia y prudente consejo, si dejara que así, tan sucio y miserablemente vestido comieras en el palacio? Son los hombres de vida corta: el cruel, el que procede inicuamente, consigue que todos los mortales le imprequen desventuras mientras vive y que todos lo insulten después de muerto; mas el intachable, el que procede intachablemente, alcanza una fama grandísima que sus huéspedes difunden entre todos los hombres y son muchos los que le llaman bueno.

335 Respondióle el ingenioso Odiseo:

336 —¡Oh veneranda mujer de Odiseo Laertíada! Los mantos y las colchas lucientes me dan en el rostro desde la hora en que dejé los nevados montes de Creta y partí en la nave de largos remos. Me acostaré como antes, cuando pasaba las noches sin pegar el ojo, pues en muchas de ellas descansé en ruin lecho, aguardando la aparición de la divina Eos de hermoso trono. Tampoco le agradan a mi ánimo los baños de pies, ni tocará los míos ninguna mujer de las que te sirven en el palacio, si no hay alguna muy vieja y de honestos pensamientos, que en su alma haya sufrido tanto como yo; pues a esa no la he de impedir que toque mis pies.

349 Contestóle la discreta Penelopea:

350 —¡Forastero querido! Jamás llegó a mi casa otro varón de tan buen juicio entre los amigables huéspedes que vinieron de lejas tierras a mi morada; tal perspicuidad y cordura denotan tus palabras. Tengo una anciana de prudente ingenio, que fue la que alimentó y crió a aquel infeliz después de recibirlo en sus brazos cuando la madre lo parió: ésta te lavará los pies aunque sus fuerzas son ya menguadas.

357 Ea, prudente Euriclea, levántate y lava a este varón coetáneo de tu señor; que en los pies y en las manos debe de estar Odiseo de semejante modo, pues los mortales envejecen presto en la desgracia.

361 Así habló. La vieja cubrióse el rostro con ambas manos, rompió en ardientes lágrimas y dijo estas lastimeras razones:

363 —¡Ay, hijo mío, que no puedo salvarte! Sin duda Zeus te cobro más odio que a hombre alguno a pesar de que tu ánimo era tan temeroso de las deidades. Ningún mortal quemó tantos pingües muslos en honor de Zeus, que se huelga con el rayo, ni le sacrificó tantas y tan selectas hecatombes como tú le ofreciste rogándole que te diese placentera senectud y te dejara criar a tu hijo ilustre; y ahora te privó, a ti tan sólo, de ver lucir el día de la vuelta.

370 Quizás se mofaron de mi señor las criadas de lejano huésped a cuyo magnífico palacio llegara, como se burlan de ti, oh forastero, estas perras cuyos denuestos y abundantes infamias quieres evitar no permitiendo que te laven; y por tal razón me manda que lo haga yo, no ciertamente contra mi deseo, la hija de Icario, la discreta Penelopea. Y así, te lavaré los pies por consideración a la propia Penelopea y a ti mismo; pues siento que en el interior me conmueven el ánimo tus desventuras. Mas, ea, oye lo que voy a decir: muchos huéspedes infortunados vinieron a esta casa, pero en ninguno he advertido una semejanza tan grande con Odiseo en el cuerpo, en la voz y en los pies, como en ti la echo de ver.

382 Respondióle el ingenioso Odiseo:

383 —¡Oh anciana! Lo mismo dicen cuantos nos vieron con sus propios ojos: que somos muy semejantes, como tú lo has reparado.

386 Así se expresó. La vieja tomó un reluciente caldero en el que acostumbraba lavar los pies, echóle gran cantidad de agua fría y derramó sobre ella otra caliente. Mientras tanto, sentóse Odiseo cabe al hogar y se volvió hacia lo obscuro, pues súbitamente le entró en el alma el temor de que la anciana, al asirle el pie reparase en cierta cicatriz y todo quedara descubierto. Euriclea se acercó a su señor, comenzó a lavarlo y pronto reconoció la cicatriz de la herida que le había hecho un jabalí con su blanco diente, con ocasión de haber ido aquél al Parnaso, a ver a Autólico y sus hijos. Era ese el padre ilustre de la madre de Odiseo, y descollaba sobre los hombres en hurtar y jurar, presentes que le había hecho el propio Hermes, en cuyo honor quemaba agradables muslos de corderos y de cabritos; por esto el dios le asistía benévolo.

399 Cuando anteriormente fue Autólico a la opulenta población de Itaca, halló un niño recién nacido de su hija; y, después de cenar, Euriclea se lo puso en las rodillas, y le habló de semejante modo:

403 —¡Autólico! Busca tú ahora algún nombre para ponérselo al nieto que tanto deseaste.

405 Y Autólico respondió diciendo:

406 —¡Yerno, hija mía! Ponedle el nombre que os voy a decir. Como llegué aquí después de haberme airado contra muchos hombres y mujeres, yendo por la fértil tierra, sea Odiseo el nombre que se le ponga. Y cuando llegue a mozo y vaya al Parnaso, a la grande casa materna donde se hallan mis riquezas, le daré parte de las mismas y os lo enviaré contento.

413 Por esto fue Odiseo: para que aquel le entregara los espléndidos dones. Autólico y sus hijos recibiéronlo afectuosamente, con apretones de mano y dulces palabras; y Anfítea, su abuela materna, lo abrazó y le besó la cabeza y los lindos ojos.

418 Autólico mandó seguidamente a sus gloriosos hijos que aparejasen la comida; y, habiendo ellos atendido la exhortación, trajeron un buey de cinco años. Al instante lo desollaron y prepararon, lo partieron todo, lo dividieron con suma habilidad en trocitos, que espetaron en los asadores y asaron cuidadosamente, y acto continuo distribuyeron las raciones.

424 Todo el día, hasta la puesta del sol, celebraron el festín; y nadie careció de su correspondiente porción. Y tan pronto como el sol se puso y sobrevino la noche, acostáronse y el don del sueño recibieron.

428 Así que se descubrió la hija de la mañana, Eos de rosáceos dedos, los hijos de Autólico y el divino Odiseo se fueron a cazar llevándose los perros. Encamináronse al alto monte Parnaso, cubierto de bosque, y pronto llegaron a sus ventosos collados. Ya el sol hería con sus rayos los campos, saliendo de la plácida y profunda corriente del Océano, cuando los cazadores penetraron en un valle: iban al frente los perros, que rastreaban la caza; detrás, los hijos de Autólico, y con éstos, pero a poca distancia de los canes, el divino Odiseo, blandiendo ingente lanza. En aquel sitio estaba echado un enorme jabalí, en medio de una espesura tan densa que ni el húmedo soplo de los vientos la atravesaba, ni la herían los rayos del resplandeciente sol, ni la lluvia la penetraba del todo, ¡tan densa era!, habiendo en la misma abundante seroja amontonada.

444 El ruido de los pasos de los hombres y de los canes, que se acercaban cazando, llegó hasta el jabalí: y éste dejó el soto, fue a su encuentro con las crines del cuerpo erizadas y los ojos echando fuego, y se detuvo muy cerca de ellos. Odiseo, que fue el primero en acometerle, levantó con su mano robusta la luenga lanza, deseando herirle; pero adelantándosele el jabalí, le dio un golpe sobre la rodilla y, como arremetiera al sesgo, desgarró con su diente mucha carne sin llegar al hueso. Entonces Odiseo le acertó en la espalda derecha, se la atravesó con la punta de la luciente lanza y el animal quedó tendido en el polvo y perdió la vida.

455 Los caros hijos de Autólico reuniéronse en torno del intachable Odiseo, igual a un dios, para socorrerle: vendáronle hábilmente la herida, restañaron la negrusca sangre con un ensalmo, y volvieron todos a la casa paterna. Autólico y sus hijos, después de curarle bien, le hicieron espléndidos regalos, y pronto lo enviaron alegre a su patria. El padre y la veneranda madre de Odiseo holgáronse de su vuelta y le preguntaron muchas cosas y qué le había ocurrido que llevaba aquella cicatriz; y él refirióles por menor cómo, habiendo ido al Parnaso a cazar con los hijos de Autólico, hirióle un jabalí con su blanco diente.

467 Al tocar la vieja con la palma de la mano esta cicatriz, reconocióla y soltó el pie de Odiseo: dio la pierna contra el caldero, resonó el bronce, inclinóse la vasija hacia atrás, y el agua se derramó por tierra.

471 El gozo y el dolor invadieron simultáneamente el corazón de Euriclea, se le arrasaron los ojos de lágrimas y la voz sonora se le cortó. Mas luego tomó a Odiseo de la barba y hablóle así:

474 —Tú eres ciertamente Odiseo, hijo querido; y yo no te conocí hasta que pude tocar todo mi señor con estas manos.

476 Dijo; y volvió los ojos a Penelopea, queriendo indicarle que tenía dentro de la casa a su marido. Mas ella no pudo notarlo ni advertirlo desde la parte opuesta, porque Atenea le distrajo el pensamiento. Odiseo, tomando del pescuezo la anciana con la mano derecha, con la otra le atrajo a sí y le dijo:

482 —¡Ama! ¿Por qué quieres perderme? Sí, tú me criaste a tus pechos, y ahora, después de pasar muchas fatigas, he llegado en el vigésimo año a la patria tierra.

485 Mas, ya que lo entendiste y un dios lo sugirió a tu mente, calla y nadie lo sepa en el palacio. Lo que voy a decir llevaráse a efecto. Si un dios hiciese sucumbir a mis manos los ilustres pretendientes, no te perdonará a ti, a pesar de que fuiste mi ama, cuando mate a las de más esclavas en el palacio.

491 Contestóle la prudente Euriclea:

492 —¡Hijo mío! ¡Qué palabras se te escaparon del cerco de los dientes! Bien sabes que mi ánimo es firme e indomable, y guardaré el secreto como una sólida piedra o como el hierro.

495 Otra cosa quiero manifestarte que pondrás en tu corazón: Si un dios hace sucumbir a tus manos los ilustres pretendientes, te diré cuáles mujeres no te honran en el palacio y cuáles están sin culpa.

499 Respondióle el ingenioso Odiseo:

500 —¡Ama! ¿A qué nombrarlas? Ninguna necesidad tienes de hacerlo. Yo mismo las observaré para conocerlas una por una. Guarda silencio y confía en los dioses.

503 Así dijo; y la vieja se fue por el palacio a buscar agua para lavarle los pies porque la primera se había derramado toda. Después que lo hubo lavado y ungido con pingüe aceite, Odiseo acercó nuevamente la silla al fuego, para calentarse, y cubrióse la cicatriz con los andrajos.

508 Entonces rompió el silencio la discreta Penelopea, hablando de este modo:

509 —¡Forastero! Aún te haré algunas preguntas, muy pocas: que presto será hora de dormir plácidamente, para quien logre conciliar el dulce sueño aunque esté afligido. A mí me ha dado algún dios un pesar inmenso, pues durante el día me complazco en llorar, gemir y ver mis labores y las de las siervas de la casa; pero, así que viene la noche y todos se acuestan, yazgo en mi lecho y fuertes y punzantes inquietudes me asedian el oprimido corazón y me excitan los sollozos.

518 Como cuando la hija de Pandáreo, la pardusca Aedón, canta hermosamente al comenzar la primavera, posada en el tupido follaje de los árboles, y deja oír su voz de variados sones que muda a cada momento, llorando a Itilo, el vástago que tuvo del rey Zeto y mató con el bronce por imprudencia: de semejante manera está mi ánimo, vacilando entre dos partidos, pues no sé si seguir viviendo con mi hijo y guardar y mantener en pie todas las cosas -mis posesiones, mis esclavas y esta casa grande y de elevada techumbre- por atención al tálamo conyugal y temor del dicho de la gente; o irme ya con quien sea el mejor de los aqueos que me pretenden en el palacio y me haga muchísimas donaciones nupciales. Mi hijo, mientras fue incipiente muchacho, no quiso que me casara y me fuera de esta mansión de mi esposo; mas ahora, que ya es adulto, por haber llegado a la flor de la juventud, desea que desampare el palacio, viendo con indignación que sus bienes son devorados por los aqueos.

535 Pero, ea, oye y declárame este sueño. Hay en la casa veinte gansos que comen trigo remojado en agua y yo me huelgo de contemplarlos, mas hete aquí que bajó del monte un aguilón de corvo pico, y, rompiéndoles el cuello, los mató a todos; quedaron éstos tendidos en montón y subióse él al divino éter. Yo aunque entre sueños, lloré y di gritos; y las aqueas, de hermosas trenzas, fueron juntándose a mi alrededor, mientras me lamentaba tanto de que el aguilón hubiese matado mis gansos, que movía a compasión.

544 Entonces el aguilón tornó a venir, se posó en el borde de la techumbre, y me calmó diciendo con voz humana:

546 "¡Cobra ánimo hija del celebérrimo Icario!, pues no es sueño, sino visión veraz que ha de cumplirse. Los gansos son los pretendientes y yo, que era el aguilón, soy tu esposo, que he llegado y daré a todos los pretendientes ignominiosa muerte." Así dijo. Ausentóse de mí el dulce sueño y mirando en derredor, vi los gansos en el palacio, junto al pesebre que comían trigo como antes.

554 Respondióle el ingenioso Odiseo:

555 —¡Oh mujer! No es posible declarar el sueño de otra manera, ya que el propio Odiseo te manifestó cómo lo llevará al cabo: aparece clara la perdición de todos los pretendientes y ninguno escapará de la muerte y de las Moiras.

559 Contestóle la discreta Penelopea:

560 —¡Forastero! Hay sueños inescrutables y de lenguaje obscuro, y no se cumple todo lo que anuncian los hombres. Hay dos puertas para los leves sueños: una, construida de cuerno; y otra, de marfil. Los que vienen por el bruñido marfil nos engañan, trayéndonos palabras sin efecto; y los que salen por el pulimentado cuerno anuncian, al mortal que los ve, cosas que realmente han de verificarse. Mas no me figuro yo que mi terrible sueño haya salido por el último, que nos fuera muy grato a mí y a mi hijo.

570 Otra cosa voy a decirte que pondrás en tu corazón. No tardará en lucir la infausta Eos que ha de alejarme de la casa de Odiseo, pues ya quiero ofrecer a los pretendientes un certamen: las segures, que aquél fijaba en línea recta y en número de doce, dentro de su palacio, cual si fuesen los puntales de un navío en construcción, y desde muy lejos hacía pasar una flecha por los anillos. Ahora, pues, los invitaré a esta lucha, y aquél que más fácilmente maneje el arco, lo arme y haga pasar una flecha por el ojo de las doce segures, será con quien yo me vaya, dejando esta casa a la que vine doncella, que es tan hermosa, que está tan abastecida, y de la cual imagino que habré de acordarme aun entre sueños.

582 Respondióle el ingenioso Odiseo:

583 —¡Oh veneranda mujer de Odiseo Laertíada! No difieras por más tiempo ese certamen que ha de efectuarse en el palacio, pues el ingenioso Odiseo vendrá antes que ellos, manejando el pulido arco, logren tirar de la cuerda y consigan que la flecha traspase el hierro.

588 Díjole entonces la discreta Penelopea:

589 —¡Forastero! Si quisieras deleitarme con tus dichos, sentado junto a mí, en esta sala, no caería ciertamente el sueño en mis ojos; mas no es posible que los hombres estén sin dormir, porque los inmortales han ordenado que los mortales de la fértil tierra empleen una parte del tiempo en cada cosa.

594 Voyme a la estancia superior y me acostaré en mi lecho tan luctuoso, que siempre está regado de lágrimas desde que Odiseo partió para ver aquella Ilión perniciosa y nefanda.

598 Allí descansaré. Acuéstate tú en el interior del palacio, teniendo algo por el suelo, o que te hagan una cama.

600 Diciendo así, subió a la espléndida habitación superior no yendo sola, pues la acompañaban las esclavas. Y en llegando con ellas a lo alto de la casa, echóse a llorar por Odiseo, su caro marido, hasta que Atenea, la de ojos de lechuza, le difundió en los párpados el dulce sueño.