jueves, abril 03, 2008

Un ensayo: La hamaca de Bolívar, de Arturo Uslar Pietri

En una de las vitrinas del Museo Bolivariano de Caracas hay una vieja hamaca desflecada, con los colores que fueron vivos, amortecidos por el tiempo. Es una hamaca de Bolívar. Fue una de las que él usó durante los largos años de aquellas campañas inagotables, de aquella andanza sin tregua que se tejió y retejió como el hilo del destino, por entre selvas, cumbres, ciénagas y llanuras, desde la boca del Orinoco hasta las riveras del Titicaca.

Esa hamaca colgó en la sala rústica de la casa del pueblo: Entre dos árboles a la intemperie para acampar por la noche. Durante los tiempos más difíciles y agitados de su lucha Bolívar no tuvo otro lecho. Era su cama, su silla de trabajo. Por la noche en tierra caliente, se tendía en ella a dormir su breve sueño nervioso. Al llegar, lo primero que hacía el asistente era tenderla. Venían los secretarios y los ayudantes y se ponían alrededor. Mientras él se mecía y se levantaba sin cesar, dictaba cartas y disponía operaciones.

Alguno de los europeos que menos lo entendieron no dejaron de escribir profusamente aquel uso de la hamaca. Les parecía que era la señal de su inferioridad y de su barbarie.

Hippisley y Ducoudray Holstein, por ejemplo, que escribieron amargos libelos contra él, hablaban con insistencia de la hamaca. Les parecía degradante.

La hamaca era el lecho del indio. Del indio pasó al mestizo criollo. Es cama y el sillón del hombre del pueblo. Viene de la más remota y profunda América. Forma parte esencial de una manera de vivir y por ello mismo también de una filosofía de la vida. Para quienes no entienden esa hamaca de Bolívar les ha de resultar difícil o imposible entender aquel hombre extraordinario y tan complejo. Que es precisamente lo que le pasó a Hippisley y Ducoudray Holstein. Y a tantos de ayer y de hoy.

Esa hamaca es manifestación de la americanidad fundamental de Bolívar. Había aprendido, probablemente a usarla y a amarla, en la casa paterna. Los esclavos que le enseñaron su uso debieron transmitirle también los más vivos valores tradicionales de la cultura popular de su país. Cantares, leyendas, música, consejas, proverbios, de indios, de negros, de mestizos. Que en su alma se mezclaban a la otra tradición, igualmente viva y vieja, que recibía de padres, maestros y mayores.

Sobre ese espíritu nutrido así de vivas raíces criollas y españolas vino a depositarse la cultura europea. Los libros de los enciclopedistas franceses y racionalistas ingleses, el arte poético de Boileau, el Emilio del gibelino, el lujo y el refinamiento del Madrid de Godoy, del París del consulado y del Imperio, y del Londres del final de Jorge III.

De esa época son sus dispendiosas aventuras del Palais Royal y tal vez aquel retrato del joven dandy que pudo pintar Gill en un taller londinense en 1810. Exterior y superficialmente debía parecer un joven rico de la aristocracia europea. Pero en lo profundo seguía vivo lo otro. A ratos afloraba con poderoso impulso. Con vehemente pasión que lo llevaba a renegar de aquella vida fácil y grata en que parecía complacerse. Así debió ocurrir en sus conversaciones en París con el Barón de Humboldt. Humboldt hablaba con pasión de aquella América de grandes ríos y selvas tropicales y de helados páramos y de sus pobladores. De una naturaleza de misterios y poderosa en creación y destrucción de la que Europa sabía poco, y de unas gentes no menos conocidas, pero llenas de destino y deseosas de encontrar su camino en la historia.

Con Simón Rodríguez también hubo de volver muchas veces al tema americano. Su antiguo maestro de primeras letras en Caracas le sirvió de guía por el mundo del racionalismo en sus dos visitas a Francia. Juntos hicieron a pie el viaje París a Italia divagando libremente por los reinos de la cultura y de la curiosidad. Rodríguez había partido de Rousseau en busca de una pedagogía que pudiera realizar el destino americano. Tanto debieron hablar de su América criolla en acuerdo y en contradicción con las ideas europeas que al término de la andanza, entre ruinosos mármoles de una colina romana, el joven hizo el exaltado juramento, digno de un héroe de Byron, de consagrar su vida a alcanzar la independencia para la América española.

Su vuelta a América en 1807 es vuelta y regreso en más de un sentido. Regresa no solo a dedicarse a la causa exterior de lograr la independencia de su América, sino a la causa profunda de entender y realizar aquel mundo tan lleno de oscuras posibilidades.

Para muchos hombres de aquel tiempo el proceso de la independencia parecía poder reducirse a una simple amputación. Cortar la dependencia que los ataba a la corona de España, sin que ocurrieran conmociones o «peligrosas novedades», sin contaminación de afrancesamiento subversivo. Para éstos, la ruptura de la dinastía española con la invasión napoleónica pareció ofrecer la oportunidad ideal.

Otros, gente más cosmopolita y enamorada del progreso, concebían la independencia como una oportunidad de poner en práctica las instituciones y los ideales de la república democrática tal como se había visto en los Estados Unidos y en Francia.

Bolívar advierte desde el primer momento que el problema es otro, mucho más complejo y arduo. No es el de satisfacer los intereses materiales de quienes no tienen sino intereses, ni el de realizar delirios ideológicos de quienes no tienen sino teorías. Habrá primero que ganar la independencia en los campos de batalla y no en meras actas de asambleas, y habrá luego que buscar las instituciones estables que correspondan a la realidad económica y social de la América hispana.

Bolívar ve fracasar la primera república de Venezuela en 1812. Había sido proclamada y creada sin sangre y sin tropiezos. La habían dotado de una constitución donde habían acomunado todas las perfecciones teóricas de una república ideal. Y sin embargo se derrumbó rápida y dolorosamente ante la marcha de un soldado afortunado.

En medio de aquella primera catástrofe Bolívar revela algunos rastros esenciales de su extraordinario carácter. Su capacidad de comprender la realidad y su fe indomable. Desde el primer momento manifiesta la convicción de que nada está perdido y que el triunfo final habrá de pertenecer a los patriotas. En su Manifiesto de Cartagena de 1812 y en su Carta de Jamaica de 1815 no sólo aparece esa convicción en el tono más enérgico y persuasivo, sino que también plantea el problema de la organización de los nuevos estados americanos en los términos más penetrantes y exactos en que nadie lo había hecho hasta entonces.

Lo que Bolívar concibe claramente desde el comienzo, y que se convierte en la norma directa y fundamental de su pensamiento y de su acción, es la idea de la peculiaridad del mundo americano. Las concepciones y las teorías aprendidas en Europa o en los Estados Unidos deben adaptarse a las características de los nuevos países. La geografía, la historia, las antiguas leyes, los usos tradicionales de esos pueblos deben ser tenidos en cuenta de manera primordial. Sobre esos hechos deben meditar los legisladores para concebir las instituciones adecuadas.

En 1819, en su Discurso de Angostura, que es acaso la más luminosa de sus piezas escritas, plantea claramente el problema de que las nuevas naciones necesitan hallar instituciones propias. Sus ideas de entonces vienen a ser como la consecuencia y el desarrollo de las que había expresado con tanta clarividencia en 1815, desde el destierro de Jamaica, en su famosa carta dirigida a un caballero inglés: «Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte, cercado de dilatados mares; nuevos en casi todas las artes y las ciencias, aunque en cierto modo viejos en los usos de la sociedad civil».

La intuición genial de esa realidad es la que dicta su acción de guerrero y su obra de político. La creación de un ejército capaz de ganar y asegurar la independencia de la América española durante quince años de guerra hubiera sido empresa suficientemente colosal para asegurar su gloria. Bolívar sabe hallar el ejército espontáneo que estaba en el espíritu de su pueblo. Su táctica es que la geografía y la psicología popular le dictan. Él sabe hallar el profundo minero de energía que estaba como dormido debajo de aquellas pieles morenas y de aquellos ojos que habían parecido sumisos durante tres siglos. Él va hacer del ejército «el pueblo activo». Con ese ejército de campesinos que toma las armas sin abandonar sus ropas de labranza, los más descalzos, los más durante los primeros tiempos sólo con armas blancas, sin intendencia, sin soldada, casi sin medicinas. Con ese ejército, en más de cuatrocientas acciones de armas y en un teatro de operaciones de más de cinco millones de kilómetros cuadrados, Bolívar gana la independencia para los países que hoy son Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá y pone fin al dominio español en la América del Sur.

Esta es la obra de su tenacidad, de su voluntad heroica pero también de su medio, de su hora y del genio de su pueblo. Uno de sus más notables contrincantes, el General español Pablo Morillo, quien vino a combatirlo a Venezuela al frente de la mejor y más numerosa expedición de tropas peninsulares que nunca vino a América, dijo de él: «Alma indomable, a quien le basta un triunfo, el más pequeño, para adueñarse de quinientas leguas de territorio... Bolívar es el jefe de más recursos y no hallo cómo ponderar su actividad. Mucha fuerza se necesita para vencer a estos rebeldes que no desmayan con ninguna derrota y que están resueltos a morir antes que someterse... Nada es comparable a la incansable actividad de este caudillo... Su arrojo y su talento son sus títulos para mantenerse a la cabeza de la revolución y de la guerra».

Simultáneamente con la guerra se le va planteando el problema de la organización de los nuevos estados. Su ideal político interno es el de la libertad sin anarquía, el del orden sin la injusticia, el de la «mayor suma de felicidad posible» para todos. En Angostura lo expresó con toda claridad: «Un Gobierno Republicano ha sido, es y debe ser el de Venezuela; sus bases deben ser la soberanía del pueblo: la división de los poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de los privilegios». A ese objeto han de ir encaminados sus pasos durante toda la larga pugna por establecer un orden político estable en las nuevas naciones. Las circunstancias y los medios varían en ocasiones. Pero el fin se mantiene el mismo hasta su última hora.

Para la política exterior concibe desde los comienzos de la revolución la necesidad de que la América hispana se organice como un todo o por lo menos como un conjunto de grandes estados y confederaciones. Ya desde 1813 habla de la necesidad de unir a la Nueva Granada y Venezuela. Más tarde se lanza a la empresa de convocar el Congreso de Panamá de 1826 para establecer una organización americana que pudiera ser el punto de partida de una organización internacional ecuménica. Su América debe organizarse para convertirse en uno de los polos del equilibrio universal. En 1813 había hecho publicar en Caracas lo siguiente: «La ambición de las naciones de Europa lleva el yugo de la esclavitud a las demás partes del mundo; y todas estas partes del mundo debían establecer el equilibrio entre ellas y la Europa, para destruir la preponderancia de la última. Yo llamo a esto equilibrio del Universo y debe entrar en los cálculos de la política».

Él se hace el supremo interprete del alma criolla en trance de creación. Nadie caló más hondo en la naturaleza de su pueblo y miró con más anticipación los peligros del porvenir.

Tenía en la cabeza todo lo que podían tener las gentes más cultas de su tiempo. Pero solo como antecedente, como complemento o como punto de partida. Para la interpretación del destino de aquel «pequeño género humano» era poco lo que podían servirle las concepciones europeas. América era cosa distinta y debía dar sus propias soluciones. Su Rousseau, su Montesquieu, su Bentham estaban en él balanceados por su poderosa comprensión del instinto del llanero a caballo, del andino de ruana, del boga de los grandes ríos. Había sabido macerar lo europeo en la vigilia de la hamaca criolla. Lo que iba a surgir en acción y en pensamiento era cosa distinta: la concepción americana de Bolívar.

Aquella hamaca resulta así de un gran simbólico. Es el legado visible y pintoresco del mundo criollo donde están clavadas sus más hondas raíces.

Menudo, nervioso, iluminado, impulsivo, resonante, la vida de Bolívar parece consumirse en una angustiosa fiebre de creación. Sus problemas no fueron nunca solamente los del general de un ejército, ni los de gobernante de un país. Él se sentía cargado con la responsabilidad del destino americano. De realizarlo él, o de que quedara irrealizable durante generaciones. Las batallas, las marchas, los problemas administrativos, las combinaciones políticas venían a reducirse a fragmentos o etapas de aquella inagotable empresa sobre humana a la que se había sentido consagrado. «Yo soy el hombre de las dificultades» dijo en alguna ocasión, y en otra dijo también que era uno de los mayores majaderos de la humanidad. Con lo que declaraba el carácter desesperado y extraordinario de su vocación.

Su grandeza y su tragedia arrancan de esa compleja comprensión de su misión. Si hubiera sido un mero ideólogo imbuido de ideas aprendidas de Europa, republicanas o monárquicas, como abundaron tantos en su tiempo, habría encontrado satisfacción y derivativo en la proclamación de principios teóricos.

Si hubiera sido tan solo un oportunista, apegado a las circunstancias se habría dedicado a disfrutar de su botín de autoridad sobre el inmenso territorio capturado. A hacer en grande lo que después hicieron todos los caudillos locales.

Pero él no quiere ni lo uno ni lo otro y ambas formas le parecen males abominables. Detesta a los ideólogos tanto como a los hombres de presa. La independencia no le parece el fin sino un paso previo. Lo más importante es lo que ha de venir después: la organización del mundo de Colón en una poderosa estructura política, donde quepan las realidades y las esperanzas sin daño y sin engaño.

Por eso mismo, al final de su vida se siente agobiado por el desengaño: «La independencia es el único bien que hemos alcanzado, a costa de todos los demás», dirá con desolación. Porque para él es dolor y desengaño ver caer a aquellos países recién libertados al precio de tantos sacrificios en las variadas formas de caudillismo dictatorial.

Ese buscar sin tregua, que es también constante revelación, es lo que lo mantiene vivo y válido para la empresa todavía abierta de realizar la América en la que él estaba empeñado. Bolívar no encarna solo un gran acontecimiento histórico. Es también una causa y un camino. Tanto como en el glorioso pasado, está el porvenir de los pueblos a los que se dio.

Es difícil de entender porque su mundo es difícil de entender. En él toma conciencia y forma inmarchitable el gran proceso de mestización cultural de la vida criolla. Es voz y brazo no solo de aquellos hombres que se lanzaron a hacer milagros a su llamada, sino de todas las vastas muchedumbres que lo siguen nombrando y buscando. No está ni dormido, ni muerto, ni en calidad de recuerdo, ni en sustancia de archivo: «Yo los he representado en presencia de los hombres, yo los representaré en presencia de la posteridad» es lo que sigue respondiendo a la gente inquieta y buscadora.

Los que sólo miran sus libros europeos, su trato mundano, sus uniformes de parada, sus maestros, sus viajes, su cultura, no podrán nunca entenderlo cabalmente. Hay que mirar también aquella hamaca que lo acompañó hasta la hora de morir. Tejida por manos mestizas, legado de lo más viejo y lo más hondo de la tierra y de las gentes que él nació para encarnar.

(tomado de la Bitblioteca)le

sábado, marzo 29, 2008

Sobre el ensayo

A. TEXTOS DENOMINADOS ENSAYOS

Llevan el nombre de "ensayos" escritos relativos a muy diversos campos: historia, ciencia, filosofía, política, etc.

En la primera sección recojo diecisiete ensayos sobre muy diversos temas de tipo científico popular. A veces tienen carácter narrativo, otras más bien anecdótico, o bien llevan alguna intención aleccionadora, a manera de mensaje, especialmente para las generaciones jóvenes (R. Zeledón. Ensayos e ideas científicas).

En este libro se ensaya hacer Historia de Guatemala bajo principios metodológicos que se aplican por primera vez al estudio de nuestro desarrollo (S. Martínez. La patria del criollo)

Este ensayo considera la concepción de la vida onírica en la filosofía de Descartes (particularmente en sus Meditaciones Metafísicos) dentro de la perspectiva teórica de la fenomenología (principalmente desde la filosofía de Sartre y los trabajos fenomenológico - antropológicos de Dieter Wyss (A. Zamora. "El cógito también sueña").

Este ensayo trata de ordenar mis preocupaciones de muchos años, expuestas en numerosos artículos y conferencias en Costa Rica y en el exterior (José Figueres. La pobreza de las naciones)

Además de la temática, existen otros rasgos que se presentan muy diferenciados entre los textos llamados ensayos: la extensión oscila entre algunas pocas páginas y varios cientos de ellas; la rigurosidad de los planteamientos va desde un análisis impresionista hasta un detallado marco conceptual; el vehículo de comunicación puede ser desde el periódico, hasta el voluminosos libro, pasando por la conferencia o el trabajo de graduación.

Otro de los rasgos de la mayoría de los textos denominados ensayos es presentarse como aproximaciones, como esbozos iniciales. Véanse ejemplos:

Aunque consciente de mis limitaciones, he querido ofrecer al lector una vivencia, o más bien una interpretación muy personal de los hechos relatados, buscando entrelazar lo material con lo espiritual, y el origen del ser con el principio de las grandes ideas (J. Jaramillo. La aventura humana)

Estos ensayos – dirigidos hacia educadores, estudiantes de educación y demás personas interesadas en el tema tienen el fin de contribuir a la discusión y al análisis de nuestro sistema educativo, como paso indispensable previo a la toma de acciones para mejorarlo (H. Pérez. Ensayos sobre educación)

Nos proponemos, en las páginas siguientes, describir a grandes rasgos la labor de los físicos que corresponde a la meditación pura del investigador. Nos ocuparemos, principalmente, del papel de los pensamientos e ideas en la búsqueda aventurada del conocimiento del mundo físico. (A. Einstein. La Física, aventura del pensamiento).

Soltando aquí una frase, allá otra, como partes separadas del conjunto, desviadas, sin designio ni plan, no se espera de mi que lo haga bien ni que me concentre en mí mismo. Varío cuando me place y me entrego a la duda y a la incertidumbre, y a mi manera habitual que es la ignorancia (M. De Montaigne. Ensayos)

Lo cierto es que esta clase de materiales, a pesar de la tradicional modestia de los autores, constituye uno de los principales recursos de la cultura moderna. Por su medio es que se debaten las ideas más influyentes, se conocen los últimos aportes de la ciencia, se forma opinión, se produce discrepancia productiva. Inclusive, como se ha visto, el más conspicuo científico abandona, a ratos, los rigurosos procedimientos de comunicación de su disciplina y toma la particular herramienta del ensayo para tratar de otra manera su objeto de estudio.


B. DEFINICIÓN DE ENSAYO

La más generalizada de ellas dice que "el ensayo es literatura de ideas". Esto significa que a la preocupación estética y la creación de recursos expresivos se suma un afán utilitario: el planteamiento y debate de temas de interés actual. El uso que Rodrigo Zeledón (1982) hace del género con el fin de "despertar interés en nuestras generaciones jóvenes por los atractivos problemas que nos depara el anchuroso campo de las ciencias biológicas" es una buena muestra de este rasgo.

Otra de las definiciones es la atribuida a J. Ortega y Gasset: "El ensayo es la ciencia sin la prueba explícita". Con esto se subraya que no es un discurso irresponsable sino un texto que obvia el aparato teórico y la aridez de las fórmulas y cuadros con el fin de aumentar la lecturabilidad y la capacidad explicativa. José L. Vega Carballo (1979) señala sobre el esquema analítico de uno de sus ensayo: "el que aquí se discute no puede, ni debe tomarse como final y exhaustivo, se trata, más bien de una aproximación basada en un examen global".

La última definición por analizar es la que proporciona Alfonso Reyes: "el ensayo es la literatura en su función ancilar". La palabra "ancilla", es decir, esclava, sirve para expresar el papel subalterno que lo ornamental e imaginativo tiene para el género. Al respecto dice Gómez de Baquero (1917): "El ensayo está en la frontera de dos reinos: el de la didáctica y el de la poesía y hace excursiones del uno al otro".


C. COMPARACIÓN CON OTROS GÉNEROS

En cuanto a la extensión o el tema, el ensayo puede parecerse a la monografía o artículo científico. No obstante, si se considera que este último es el informe del proceso integrar de una investigación científica, lo cual implica dar cuenta de teorías, procedimientos y fuentes de una manera prolija, puede notarse una gran diferencia. No obstante, los alcances de los procesos de investigación científica reportados en artículos pueden ser indagados, analizados, contrastados, profundizados, en ensayos.

Los trabajos teóricos, metódicamente dirigidos, que se realizan en el área de la filosofía y la filología, tal vez por carecer de un aparato metodológico visible a simple vista (fórmulas, cuadros, gráficos) y no haberse estatuido una estructura lógica convencional como en las ciencias básicas (introducción, procedimientos, resultados, discusión), no suelen llamarse artículos científicos y se acostumbra denominarlos genéricamente "ensayos". En realidad se trata de un tipo de escritos al cual bien le cabe el nombre de "artículo de humanidades"

Otro de los escritos muy cercano al ensayo es el artículo periodístico. L. Ferrero (1979) lo considera como una de sus variantes, aunque con la advertencia de que sus temas son con frecuencia pasajeros. En los diarios contemporáneos coexisten las materiales absolutamente intranscendentes y los verdaderos ensayos, es decir, piezas que sobrevivirán por su mensaje. Por ejemplo, la obra principal del costarricense Cristián Rodríguez ha sido rescatada de los periódicos e incluida en libro (1988). Asimismo, Tribuna Nacional (1993) recoge 25 años de excelentes ensayos breves publicados en la página 15 de La Nación (Costa Rica).


D. VENTAJAS DEL ENSAYO

Uno de los rasgos del ensayo que ya se ha venido comentando es su agilidad. Esto quiere decir su sencillez productiva, su capacidad de comunicar en forma directa. Como no hay por que evidenciar el proceso de investigación seguido no es necesario subdividir detalladamente el escrito; en vista de que no se leen los ensayos para conocer datos sino implicaciones de estos, se ahorran las citas bibliográficas; por cuanto valen más las ideas que sus representaciones, no son necesarios las fórmulas, los cuadros y los gráficos. Claro, estas no son prohibiciones: la libertad del género permite incluirlas ocasionalmente. J. Figueres dice en la introducción de su libro de ensayos La pobreza de las naciones (1973): "Empleo a menudo cifras ilustrativas que no son indispensables ni exactas, solamente porque creo que facilitan el estudio, aunque varíen de país a país y de tiempo en tiempo".

La brevedad puede declararse una virtud del ensayo. No obstante hay largos ensayos suficientemente virtuosos. La corta extensión permite publicarlos con mayor facilidad, obtener mayor número de lectores, producir un efecto más directo, escribirlos más rápidamente y con la adecuada oportunidad. Con respecto a este rasgo dice J.L. Gómez (1976): "Se intenta únicamente dar un corte, uno sólo, lo más profundo posible y absorber con intensidad la savia que nos proporcione".

El intercambio, tanto entre ensayista y lector como entre ensayista y diferentes autores, es otro de los rasgos propios del género. El escritor se dirige a un público no especializado para quien interpreta un tema. Esto significa presentarle, lógicamente orquestadas por la suya, las opiniones de quienes se han ocupado del tema. Gómez (1976) expresa esto en las siguientes palabras: "el ensayista reacciona ante los valores actuales para insinuarnos una interpretación novedosa o proponernos una revaluación de las ya en boga, pero una vez abierta la brecha y tendido el puente del nuevo entendimiento, el ensayista, como creador al fin y al cabo, deja al especialista el establecer la legitimidad de lo propuesto, sin renunciar él mismo a continuarlo en otra ocasión".

Un corolario de la función de intercambio que tiene el ensayo, es el carácter persuasivo. Así como la "ciencia pura" - expresada por medio de artículos científicos - reivindica su objetividad, su desinterés en convencer por otro procedimiento que no sean los hechos, el ensayo se usa para impulsar ciertas ideas para convencer de ciertas posiciones con respecto a los hechos. Para cumplir este carácter, en el ensayo se ordenarán los datos y los conceptos de manea que resulte evidente una tesis. José L. Vega (1979) se expresa así en su ensayo "Etapas y procesos de la evolución sociopolítica de Costa Rica": Surgen, pues, las siguientes preguntas: ¿Hasta cuándo aguardarán par tomar la iniciativa histórica en favor de su desarrollo todos los sectores que no se han visto beneficiados con los logros del modelo agrocomercial tradicional, ni tampoco ahora, con el nuevo esquema de la integración dependiente de tipo industrial – financiero – tecnológico?" Puede observarse en este texto la carga emotiva que hay, el uso de una pregunta retórica, la acumulación de información, etc., rasgos que inclinan a una particular posición.


E. LOS CONTENIDOS DEL ENSAYO

Como se ha visto el ensayo trata de cualquier tema. La diferencia con respecto a la expresión científica convencional y con la literatura propiamente dicha es la particularidad de ese tratamiento.

El primer rasgo que al respecto debe observarse es la función ideológica. Son múltiples las definiciones de ideología; en las ciencias sociales predomina una visión negativa de este rasgo: falsa conciencia, visión interesada, deformación, limitación. Un concepto de ideología que podría ser aceptado en forma general es el de concepción de la realidad desde una perspectiva particular. Si se considera que esta perspectiva es la del escritor, podría inferirse que no es la de la ciencia, la cual es una práctica que no tiene por qué coincidir con la de individuos en particular. Por ello es que se suele oponer ideología a ciencia. Efectivamente, el ensayo es ideológico en la medida que no se ciñe a la ciencia sino que busca transcenderla o antecederla.

Por otra parte, la función ideológica se manifiesta en el texto como un afán que tiene el escritor de persuadir con respecto a su manera de ver las cosas. Uno de los más influyentes ensayos que se ha escrito dice en su página final:

Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar. Proletarios de todos los países uníos. (Marx y Engels s.f.)

La ideología no consiste en las ideas específicas sino en los procedimientos mediante los cuales se analizan los hechos. Una categoría de análisis es un criterio que se aplicará para juzgar un fenómeno, por ejemplo, Manuel Picado en su estudio Literatura, ideología, crítica (1983) va descubriendo en los ensayos la crítica literaria relativa a novelas costarricenses una serie de criterios, no advertidos, mediante los que se juzgan las obras: algunos de ellos son: si el lenguaje usado en la obra es o no el usado en la realidad, si en la obra se refleja o no el autor, si la obra esta redactada o no con sencillez.

La función ideológica es una condición presente en todas las formas de la literatura. En novelas como Los errores (J, Revueltas 1975), en cuentos como "El matadero" (E. Echeverría 1838) o en poemas como "El canto Nacional" (E. Cardenal 1970), es posible percibir la presencia de amplios textos en los que el autor intercala su visión de mundo. Se trata, en realidad, de ensayos insertados en obras de imaginación. Con mayor razón, el ensayo propiamente dicho es una manifestación ideológica. Con respecto a este fenómeno, lo que se propone no es suprimir en el ensayo la visión particular de los hechos sino, cuando menos, hacerla explícita y dejar entrever los fundamentos del análisis.

Asociado a la función ideológica del ensayo, esto es a las categorías de análisis que lo sustentan, está el sistema de pensamiento, los procedimientos intelectuales con los que se discurre. El ensayista va planteando su posición con respecto al tema mediante una serie de proposiciones que llevan un orden.

Uno de los órdenes es el inductivo, palabra que no se usa en el sentido estricto que tiene en filosofía. Se trata de que el ensayista vaya acumulando pruebas de lo que quiere evidenciar y, al final, enuncie la idea demostrada. Esta técnica puede observarse inclusive en un breve ejemplo:

Mientras no haya agua suficiente en un pueblo, casi no se piensa en otra cosa. Cuando al fin se instala un medio de abastecimiento, ya no se piensa en el agua. La abundancia mata el deseo y hace nacer aspiraciones nuevas. (J. Figueres 1973)

El otro orden básico es el deductivo, término que tampoco se usa tan específicamente como en filosofía, pero que sirve para denominar el razonamiento que va desde afirmaciones generales a afirmaciones particulares. En este caso, el ensayista plantea conceptos de aceptación más o menos generalizada y empieza a desprender de ellos implicaciones. Véase un ejemplo:

En el hombre, pensó Metchnikoff, son los microbios los que más frecuentemente provocan la inflamación; es, pues, contra estos intrusos que debe dirigirse la lucha de las células móviles del mosedermo o sean los glóbulos blancos de la sangre; por su origen estas células deben gozar de la propiedad de digerir, deben por lo tanto, digerir los microbios y traer la solución. (Picado 1988).

Los órdenes inductivo y deductivo no siempre se aprecian bien a nivel de párrafo, sino que se manifiestan con mayor claridad en segmentos mayores. Por otra parte, ambos pueden coexistir en el mismo trabajo.

La posibilidad de ordenar inductiva o deductivamente el ensayo parte del análisis detallado del tema sobre el que se reflexiona ensayísticamente. R. Descartes (1983) en su famoso trabajo Reglas para la dirección de la mente propone la necesidad de dividir cada una de las dificultades que se examinen en tantas partes como se pueda y como sea necesario para mejor resolverlas. El producto de esa división constituye la lista de asuntos tratados en el ensayo; la escogencia del orden inductivo o deductivo da, por otra parte, la distribución de esos asuntos en el texto.

A la rigurosidad que Descastes exige para el trabajo filosófico, se opone la liberalidad de Miguel de Montaigne, uno de los padres del género: "Elijo al azar el primer argumento. Todos para mí son igualmente buenos y nunca me propongo agotarlos, porque a ninguno contemplo por entero". (Gómez 1976).

Un equilibrio entre la concepción cartesiana y la de Montaigne posiblemente sea lo que produce los mejores ensayos modernos.


F. PREPARACIÓN DE ENSAYOS

Las siguientes son algunas recomendaciones, derivadas de la observación de la buena práctica, para la preparación de ensayos. No pueden dirigirse al escritor profesional, ni al experimentado investigador, quienes, por un lado pueden crear sus propias estrategias y, por otro, tienen necesidades muy particulares. Se dedican, pues. Al estudiante que debe preparar ensayos para efectos de evaluación, y tal vez, al que quiera explorar las posibilidades del género para comunicar de manera diferente sus contenidos.

1. Establecimiento de la intención

En cualquier trabajo de redacción se parte de una clara determinación de su propósito. Este requisito permite saber si lo que se requiere es un ensayo u otro tipo de escrito; también ayuda a concretar el enfoque que debe darse, el nivel, los recursos por aplicar, etc. Es muy corriente que el escritor deslice en los primeros párrafos de su escrito la intención:

Nos proponemos, en las páginas siguientes, describir a grandes rasgos la labor de los físicos que corresponde a la meditación pura del investigador (A. Einstein 1943)

Las páginas que aparecen a continuación y que proponemos como una introducción a la pedagogía del oprimido son el resultado de nuestras observaciones en estos tres años de exilio. (P. Freire 197).

Este libro trata del tema centras de nuestros tiempos: de la dominación y la liberación de los hombres y de los pueblos. Que es también el tema radical de la existencia humana, y por eso, una idea básica de a historia del hombre. (S. Salazar B. 1977)

En los textos más breves, ensayos periodísticos o de carácter más literario, no es tan frecuente que la intención se haga explícita. No obstante es imprescindible que quien se dispone a preparar uno lo haga como primer paso.

2. Investigación bibliográfica

Un segundo paso en el proceso de producción de un ensayo es investigar los contenidos que se desea desarrollar. La bibliografía es la base de esta labor. El objetivo es ampliar criterio, contrastar con posiciones ajenas, conocer los antecedentes de la discusión al respecto. No obstante, no se busca una fundamentación de los criterios; al respecto señala José Luis Gómez (1976):

El verdadero ensayista, por ejemplo, sólo en ocasiones muy especiales hará uso de notas al pie de la página, y esto nos lleva al meollo de nuestro tema: las citas, numerosas en los ensayos, tienen valor por sí mismas en relación con lo que el ensayista nos está comunicando: importa destacar que alguien creó una idea, representada en la cita, pero el "quién" y el "dónde" carecen en realidad de valor. No son las citas importantes porque fulano o mengano las dijo, sino por su propia eficacia. Y el hecho de señalarlas como citas es sólo con el propósito de indicar que no son de propia cosecha, sino que forman parte del fondo cultural que se trata de revisar.

Las ideas derivadas de la bibliografía pueden ser muy importantes pero es necesario que lo sean aún más las del propio ensayista. Por tanto, la revisión que se haga debe realizarse en función de un planteamiento base e ir incorporando, para ilustrar, contrastar o comparar, las ideas de otros autores.

3. Elaboración del diseño

En literatura se denomina diseño a la disposición que el autor decide darle a la información del texto. Es realmente el producto de su creatividad. Diseño del ensayo podría ser, por ejemplo, la decisión de empezar por un planteamiento general para incluir, posteriormente, los argumentos; presentar detallados antecedentes y pasar luego a una rápida resolución: desarrollar, una por una las partes del planteamiento; etc.

La forma en que el escritor disponga sus ideas en el texto puede ser muy personal. Por tal razón podría resultar innecesaria para muchas personas una sugerencia al respecto. No obstante, para efectos didácticos, es posible proponer una guía.

Esta guía puede derivarse de la forma de organización del discurso clásico, manifestación por excelencia del afán persuasivo del lenguaje, así como del periodismo moderno, expresión por parte del sentido práctico contemporáneo. La siguiente es una estructura aplicable al ensayo.

Motivación. Ningún discurso sería escuchado ni material escrito alguno leído, si su receptor no tuviera motivación. La oratoria clásica perpetuaba la necesidad de preparar el alma del auditorio y ganarse su benevolencia en una sección inicial que llevaba el nombre de exordio. El periodismo moderno propone hacer una entrada llamativa, que capte el interés. El ensayo puede aprovecharse de esos consejos. Véanse algunos ejemplos:

La lluvia que refresca y humedece la tierra y el sol que la calienta y seca, contribuyen por igual al mantenimiento de la vida. Los grandes espíritus, ya sean optimistas o atormentados, por más que sean opuestos, forman un complejo cuyo conocimiento es tan útil al desarrollo intelectual de los que los suceden, como son útiles a la vida el agua y el son. (C. Picado T. "Pasteur y Metchnikoff").

Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes. (Marx y Engels. "El manifiesto comunista")

Me invitaron a la playa. Acepté con gusto. Había acabado el curso escolar cansado y sentía la necesidad de descanso. Para mi este consiste en hacer lo contrario que cuando "trabajo", compré veinte novelas policiacas y salí a la playa. (C. Láscaris. "Pesca con siesta")

Con gran frecuencia, el papel de captar la atención del lector se realiza por medio de una cita textual. Esto es lo que se denomina un epígrafe, y se ubica, resaltado, en la parte superior del escrito, después del título.

Proposición. En el discurso clásico esta es una breve mención de la tesis general que se pretende impulsar. Ese recurso suele presentarse en los primeros párrafos del ensayo. Los siguientes son algunos ejemplos:

Pretendo mostrar cómo el desarrollo social y la conducta humana actual, no son logros del presente, sino que se apoyan en el conocimiento de los hechos pasados; y que el conocimiento es una progresión de ideas y acciones que se juntan y han sido transmitidos a través de las épocas. (J. Jaramillo. La aventura humana).

Cabe advertir, por otra parte que el ensayo tiende a evidenciar el papel decisivo que, a la par de los factores de cambio endógenos, han jugado los exógenos como resultado de la rápida inserción del país en el mercado internacional, a partir de la década de 1840. (J.L. Vega. "Etapas y procesos de la evolución sociopolítica de Costa Rica")

Así, pues, mi propósito no es enseñar aquí el método que cada cual debe seguir para conducir bien su corazón, sino solamente mostrar de qué manera he tratado yo de conducir el mío. (R. Descartes. El discurso del método)

División. Un procedimiento que en el discurso y en el texto relativamente extenso ayuda mucho, es enumerar los asuntos que se tratarán. Considérense algunos ejemplos:

Este ensayo comprende, primero, varios capítulos introductorios. Luego vienen tres grandes "cuestiones" relacionadas con la pobreza. Por su orden: La cuestión internacional, que señala el reparto indebido del Producto Mundial; la Cuestión Social, que se ocupa de la mala distribución del Producto Nacional; la Cuestión Económica, que indica errores y sugiere remedios, en los mecanismos de la producción contemporánea. Finalmente aparece una Conclusión, que pretende dar sentido al esfuerzo económico del hombre. (J, Figueres. La pobreza de las naciones)

Trata de mis recuerdos de niñez: del paisaje, de cosas y gentes del antaño orotinense y de mi juventud en San José de Costa Rica. Presenta cierta intimidad, como toda remembranza. Hay en él la colaboración del tú; en otras palabras, de muchos otros. (L. Ferrero. Arbol de recuerdos).

La división o mención de los puntos por tratar predispone a la comprensión y permite seguir el hilo expositivo.

Desarrollo. Cada uno de los puntos propuestos para el ensayo se desarrollará en el orden que convenga. Por ejemplo, en el ensayo "La isla que somos" I. F. Azofeifa (1979) incluye tres grandes componentes: la geografía costarricense, el carácter nacional, el proceso histórico.

Recapitulación. Debe disponerse un espacio para repasar los aspectos fundamentales del desarrollo del ensayo. Esto puede hacerse dentro de un apartado que se llame "conclusión" o no, pero debe estar al final del trabajo con el fin de atar los cabos sueltos. Véanse algunas recapitulaciones:

Sean estas notas tan aburridas sólo para recordar que muy a nuestra manera, pero que siempre, tuvimos carnaval si carnaval es hacer loco para tranquilizar la carne, la diferencia con los europeos no está en la ausencia del antifaz. La verdadera diferencia es que ellos después de sus excesos "se borraban los pecados" pintarrajeándose en la frente una cruz con ceniza para, piadosos, comenzar la Semana Santa. (M.A: Jiménez 1979).

En resumen: parece que pueden caer partículas en agujeros negros que luego se desvanezcan y desaparezcan de nuestra región del universo. Las partículas parten hacia pequeños universos que se separan del nuestro.

Es posible que esos universos reintegren en algún otro punto. Quizá no sirvan gran cosa para los viajes espaciales, pero su presencia significa que seremos capaces de predecir menos de lo que esperábamos, incluso aunque encontráramos una teoría unificada completa (...) en los últimos años, varios investigadores han comenzado a estudiar los pequeños universos. No creo que nadie se haga rico patentándolos como un modo de viaje espacial, pero se han convertido en un campo muy interesante de investigación.
(Stephen Hawking 1994)

4. Elaboración del esquema

Una vez establecido el diseño, valga decir que la forma de organización general del ensayo, es conveniente preparar un esquema de redacción.

Bajo cada uno de los grandes asuntos (motivación, proposición, división, desarrollo, recapitulación) pueden irse apuntando las ideas que allí se considerarán. De paso, cabe estudiar la posibilidad de introducir algún tipo de subdivisión del escrito mediante títulos. No obstante, en los textos relativamente breves no se suele incluir ningún tipo de separaciones.

Dentro de cada apartado propuesto puede pensarse en algún tipo de ordenamiento de las ideas: presentarlas cronológicamente, en orden causa-efecto, de manera comparativa, etc. Estos criterios se tratan con mayor amplitud en la sección "Técnica textual del ensayo".

El esquema es una herramienta imprescindible para la generación de un texto amplio. El tiempo invertido en su perfeccionamiento y desarrollo se va a recuperar con creces en el proceso de redacción.

5. Redacción

Con base en el esquema preparado y todas las felices improvisaciones que surjan, se inicia la redacción. Lo normal es que se requieran varios borradores sucesivos. El resultado, de acuerdo con un generalizado precepto de redacción, puede guardarse algunos días entre una versión y otra.

No es de extrañar que resulte necesario hacer grandes correcciones, modificaciones del orden, supresiones, ampliaciones, etc. Conviene aceptarlas con resignación y estar en capacidad de renunciar a amplios fragmentos otrora considerados perfectos, o tener que redactar nuevo material para ampliar un asunto.

A continuación se tratan algunos recursos específicos de redacción.

5.1. Ordenes de la información
El orden es el criterio con que se clasifica la información en un texto. En los escritos de carácter práctico, los órdenes más corrientes en el ensayo son tres: cronológico, causa-efecto, comparativo.

Se denomina orden cronológico al que permite distribuir la información según el criterio del tiempo. Esta forma de organizar la información domina la referencia de hechos históricos, los procesos de elaboración o transformación de productos, etc. Analícese un ejemplo:

En un principio el hombre cosechaba sin sembrar. Se alimentaba de los frutos naturales del mar y de la tierra. No había nacido el derecho de propiedad. Solo existía el instinto de la cueva propia. /Cuando los productos gratuitos escasearon, el hombre trabajó. Sembró y cosechó para si mismo y para su familia. Nació la agricultura, Nació la propiedad./ Pronto el cazador tuvo más carne de la que podía comer, y el agricultor más legumbres de las que necesitaba. Vino el trueque. Vino la dependencia en otros./ Con el tiempo, el hombre primitivo se dedicó a producir más y más verduras, o más y más carne de caza. Cambiaba sus productos por granos de caco y con los granos compraba pieles finas, flechas y ornamentos almacenados por alguien que a su vez los obtenía de diversos productos. Se había establecido el comercio. (J. Figueres 1973)

El orden cronológico se caracteriza por una serie de nexos que ayudan a reforzarlo: inicialmente, posteriormente, luego, finalmente, de inmediato, después, con posterioridad, con anterioridad, al principio, seguimiento, al final.

Por otra parte, lleva el nombre de orden comparativo el procedimiento de relacionar la información según semejanzas y diferencias. Es una manifestación típica de todos los razonamientos de contraste. El siguiente es un ejemplo:

Desconfiado y astuto como un montañés: cortés pero tímido; trabajador sin constancia, buscando el provecho fácil de su esfuerzo; campesino egoísta, pero bondadoso, cazurro siempre, vive aquí un pueblo que no ha sido ni miserable ni inmensamente rico; ni guerrero ni sumiso; ni servil, ni rebelde; independiente sin guerra de independencia; liberado del coloniaje español por virtud de un oficio llegado de Guatemala un día de octubre de 1821, en que se le hacía saber que desde el 15 de setiembre ... en suma, un pueblo sin sentido trágico de la existencia. Un pueblo sin héroes, y que si alcanza a tenerlos, los destruye o los olvida, que es otro modo de destruir. (I: F. Azofeifa 1979).

El orden comparativo se refuerza en el texto por medio de enlaces como los siguientes: por otra parte, más bien, contrariamente, a diferencia de, no obstante, sin embargo, en contraposición, en cambio, etc.

Por otra parte, se llama causa-efecto una manera de ordenar un texto en el que se mencionan las razones y las consecuencias de una situación. Véase un ejemplo:

El hombre, en la actualidad, no está en ciento modo ya sometido a esta selección. Por ello, la selección natural no podrá impedir en el futuro la acumulación de trastornos hereditarios, pues el ser humano está interveniendo en este aspecto y dando supervivencia a seres que en otro tiempo no tendrían oportunidad de sobrevivir y reproducirse y que en términos genéticos se podrían considerar taras hereditarias. Esto podría significar para el ser humano que la herencia se fuera empeorando con los años, al no ser eliminados los seres con mutaciones negativas, ya que estas continuarán presentándose en nuestros elementos hereditarios y la recombinación de genes enfermos podría generar en un futuro lejano una civilización mucho menos sana. (J. Jaramillo 1992).

El orden causa-efecto se evidencia, entre otros, por medio de los siguientes enlaces: por tanto, en consecuencia, debido a ello, por esto, como resultado de ello.

El uso de enlaces en la redacción ayuda a ilustrar mejor las relaciones entre las ideas; no obstante, es necesario tratar con mesura este recurso para no recargar el texto.

5.2. Recursos retóricos
La retórica es la técnica del bien decir, de dar al lenguaje eficacia para deleitar, persuadir o conmover. Se le asocia generalmente con la oratoria, por ser este arte pionero en la preocupación de utilizar todos los medios posibles para lograr su efecto persuasivo. El ensayo, por ser una forma de literatura en la que sobresale el afán de convencer, tiene a la retórica como uno de sus medios principales.

Los recursos retóricos se clasifican dos grandes campos:

Figuras de dicción y Figuras de significación

Las figuras de dicción, por adornar el texto en su nivel fónico o sea su sonido, tienen papel fundamental en la poesía. En cambio, las figuras de significación, que son las que permiten resaltar una idea, aunque desempeñan importante papel en los otros géneros literarios, poseen participación especial en el ensayo. A continuación se tratan algunas de estas figuras que pueden aplicarse en el ensayo.

Sentencia. Es la exposición breve y enérgica de una enseñanza profunda.

Sin embargo, la producción y la guerra pueden ser fuentes de frustración. Hasta los más nobles corceles, espoleados en exceso, se desbocan y se desbandan, si no se aplica a tiempo el freno de otro de la cultura. (J. Figueres).

Gradación. Se colocan las ideas en forma ascendente o descendente.

Verbo, Logos, Palabra, diversas expresiones de un mismo y grandioso instrumento mediante el cual el hombre no solo se sitúa en el Mundo y el Universo, sino que se hace de ellos su hogar. (L. Zea)

Paradoja. Reúne ideas al parecer contradictorias para poner más de relieve la profundidad del pensamiento.

El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, pues cada uno piensa estar tan bien provisto de él, que aun aquellos que son más difíciles de contentar en todo lo demás, no acostumbran a desear más del que tienen. (R. Descartes)

Antítesis. Contrapone unos pensamientos a otros, unas palabras a otras para que resalte más la idea principal.

De altar se ha de tomar la patria para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal para levantarnos sobre ella. (J. Martí)

Interrogación. Expresa el efecto en forma de una pregunta cuya respuesta no se ignora.

¿Hasta cuándo respetarán esos sectores en Costa Rica el ordenamiento constitucional, sobre todo si continúan deteriorándose, más y más, velozmente, los índices del nivel de vida, se desata la inflación y siguen sin solución real los problemas del subdesarrollo? (J.L. Vega)

Hipérbole. Exagera una verdad para inculcarla con más fuerza.

Más que un poeta único. Ezra Pound parece un grupo de poetas de escuelas diferentes. (J. Coronel U)

Prosopopeya. Da vida a los seres inanimados.

Costa Rica está situada en una zona en que el Istmo centroamericano se adelgaza más y más descendiendo hacia la cintura del continente donde el Canal de Panamá muestra su herida abierta. (I. F. Azofeifa.

En el ensayo las figuras retóricas deben usarse con mesura y plena justificación. Es necesario que estén al servicio de las ideas fundamentales que se quieren impulsar.

5.3. Estilo del ensayo
El ensayo es un género moderno. Es por tanto un producto en el que se refleja el sentido práctico contemporáneo. En consecuencia, su lenguaje debe ser directo pero sin perder elegancia; su forma demanda sencillez aunque con cuidado de la rigurosidad; su contenido exige información precisa, pero rechaza el detallismo superficial.

El ensayista dirá lo que tenga que decir y callará lo innecesario. Planeará meticulosamente su planteamiento y lo expresará en el mínimo de palabras posible.

Le corresponderá garantizar su escrito contra la retórica innecesaria, la vaguedad, la repetición, la inconsistencia. Con ese fin debe planear ,. Investigar, ejecutar y revisar su producto.

En tiempos ya no tan modernos, Santiago Ramón y Cajal (1896) describen el estilo de los trabajos científicos:

En síntesis, el estilo de nuestro trabajo será genuinamente didáctico, sobrio, sencillo, sin afectación, y sin acusar otras preocupaciones que el orden y la claridad.

(tomado de Cientec)

jueves, febrero 28, 2008

Un fragmento de la Divina Comedia de Dante, Canto X

CANTO X



Siguió entonces por una oculta senda

entre aquella muralla y los martirios

mi Maestro, y yo fui tras de sus pasos. 3





«Oh virtud suma, que en los infernales

circulos me conduces a tu gusto,

háblame y satisface mis deseos: 6



a la gente que yace en los supulcros

¿la podré ver?, pues ya están levantadas

todas las losas, y nadie vigila.» 9



Y él repuso: «Cerrados serán todos

cuando aquí vuelvan desde Josafat

con los cuerpos que allá arriba dejaron. 12[L95]



Su cementerio en esta parte tienen

con Epicuro todos sus secuaces 14[L96]

que el alma, dicen, con el cuerpo muere. 15



Pero aquella pregunta que me hiciste

pronto será aquí mismo satisfecha,

y también el deseo que me callas.» 18[L97]



Y yo: «Buen guía, no te oculta nada

mi corazón, si no es por hablar poco;

y tú me tienes a ello predispuesto.» 21



«Oh toscano que en la ciudad del fuego 22[L98]

caminas vivo, hablando tan humilde,

te plazca detenerte en este sitio, 24



porque tu acento demuestra que eres

natural de la noble patria aquella

a la que fui, tal vez, harto dañoso.» 27



Este son escapó súbitamente

desde una de las arcas; y temiendo,

me arrimé un poco más a mi maestro. 30



Pero él me dijo: « Vuélvete, ¿qué haces?

mira allí a Farinatta que se ha alzado;

le verás de cintura para arriba.» 33



Fijado en él había ya mi vista;

y aquél se erguía con el pecho y frente

cual si al infierno mismo despreciase. 36



Y las valientes manos de mi guía

me empujaron a él entre las tumbas,

diciendo: «Sé medido en tus palabras.» 39



Como al pie de su tumba yo estuviese,

me miró un poco, y como con desdén,

me preguntó: «¿Quién fueron tus mayores?» 42



Yo, que de obedecer estaba ansioso,

no lo oculté, sino que se lo dije,

y él levantó las cejas levemente. 45



«Con fiereza me fueron adversarios

a mí y a mi partido y mis mayores,

y así dos veces tuve que expulsarles.» 48



« Si les echaste ‑dije‑ regresaron

de todas partes, una y otra vez;

mas los vuestros tal arte no aprendieron.» 51



Surgió entonces al borde de su foso

otra sombra, a su lado, hasta la barba: 53[L99]

creo que estaba puesta de rodillas. 54



Miró a mi alrededor, cual si propósito

tuviese de encontrar conmigo a otro,

y cuando fue apagada su sospecha, 57



llorando dijo: «Si por esta ciega

cárcel vas tú por nobleza de ingenio,

¿y mi hijo?, ¿por qué no está contigo?» 60



Y yo dije: «No vengo por mí mismo,

el que allá aguarda por aquí me lleva

a quien Guido, tal vez, fue indiferente.» 63[L100]



Sus palabras y el modo de su pena

su nombre ya me habian revelado;

por eso fue tan clara mi respuesta. 66



Súbitamente alzado gritó: «¿Cómo

has dicho?, ¿Fue?, ¿Es que entonces ya no vive?

¿La dulce luz no hiere ya sus ojos?» 69[L101]



Y al advertir que una cierta demora

antes de responderle yo mostraba,

cayó de espaldas sin volver a alzarse. 72



Mas el otro gran hombre, a cuyo ruego

yo me detuve, no alteró su rostro,

ni movió el cuello, ni inclinó su cuerpo. 75



Y así, continuando lo de antes,

«Que aquel arte ‑me dijo‑ mal supieran,

eso, más que este lecho, me tortura. 78



Pero antes que cincuenta veces arda 79[L102]

la faz de la señora que aquí reina,

tú has de saber lo que tal arte pesa. 81



Y así regreses a ese dulce mundo,

dime, ¿por qué ese pueblo es tan impío

contra los míos en todas sus leyes?» 84[L103]



Y yo dije: «El estrago y la matanza

que teñirse de rojo al Arbia hizo, 86[L104]

obliga a tal decreto en nuestros templos.» 87



Me respondió moviendo la cabeza:

«No estuve solo álli, ni ciertamente

sin razón me movi con esos otros: 90



mas estuve yo solo, cuando todos

en destruir Florencia consentían,

defendiéndola a rostro descubierto.» 93



«Ah, que repose vuestra descendencia

‑yo le rogué‑, este nudo desatadme

que ha enmarañado aquí mi pensamiento. 96



Parece que sabéis, por lo que escucho, 97[L105]

lo que nos trae el tiempo de antemano,

mas usáis de otro modo en lo de ahora.» 99



«Vemos, como quien tiene mala luz,

las cosas ‑dijo‑ que se encuentran lejos,

gracias a lo que esplende el Sumo Guía. 102



Cuando están cerca, o son, vano es del todo

nuestro intelecto; y si otros no nos cuentan,

nada sabemos del estado humano. 105



Y comprender podrás que muerto quede

nuestro conocimiento en aquel punto

que se cierre la puerta del futuro.» 108



Arrepentido entonces de mi falta,

dije: «Diréis ahora a aquel yacente

que su hijo aún se encuentra con los vivos; 111



y si antes mudo estuve en la respuesta,

hazle saber que fue porque pensaba

ya en esa duda que me habéis resuelto.» 114[L106]



Y ya me reclamaba mi maestro;

y yo rogué al espíritu que rápido

me refiriese quién con él estaba. 117



Díjome: «Aquí con más de mil me encuentro;

dentro se halla el segundo Federico, 119[L107]

y el Cardenal, y de los otros callo.» 120[L108]



Entonces se ocultó; y yo hacia el antiguo

poeta volví el paso, repensando

esas palabras que creí enemigas. 123



Él echó a andar y luego, caminando,

me dijo: «¿Por qué estás tan abatido?»

Y yo le satisfice la pregunta. 126



« Conserva en la memoria lo que oíste

contrario a ti ‑me aconsejó aquel sabio-

­y atiende ahora ‑y levantó su dedo‑: 129



cuando delante estés del dulce rayo

de aquella cuyos ojos lo ven todo 131[L109]

de ella sabrás de tu vida el viaje. 132



Luego volvió los pies a mano izquierda:

dejando el muro, fuimos hacia el centro

por un sendero que conduce a un valle, 135

cuyo hedor hasta allí desagradaba.